hace más de un mes que la diputada de la CUP Anna Gabriel abrió la caja de los truenos y vemos que aún colea el debate entre educar a los hijos en familia o en tribu. En contra de la tribu -aunque diga que a favor de la familia- la Iglesia Católica, la derechona y tertulianos ultracentristas varios. En contra de la familia -aunque diga que a favor de la tribu- esa progresía antisistema de boquilla -la de verdad no opina; actúa- que echa pestes de todo lo que le suena a tradición, pero luego mima (casi siempre en exceso) a sus hijos, y ama (y hace muy bien) a mamá y a papá.

Hemos seguido el debate con atención, y nos sorprende que en todo este tiempo nadie haya dicho que la mejor educación de los hijos es en familia y en tribu. No una u otra, sino una y otra. Toda la vida habíamos creído que la historia de la civilización es que las familias se unen en clanes, los clanes en tribus, las tribus en pueblos, los pueblos en ciudades, las ciudades en países, y así hasta la ONU o hasta el Imperio Galáctico de Asimov.

Pero ahora resulta que no, que por lo visto familia y tribu son incompatibles. Pero si de verdad lo son, ¿por qué nos da gozo ver a nuestros hijos relacionarse con los de otros en el barrio, el pueblo o donde quiera que lo hagan? ¿Y porque los metemos en cuantos colectivos podemos, comenzando por los deportes de equipo? ¿Y alguien pondrá en duda que no hay juguete ni juego que supere a otros chavales -cuantos más, mejor- de tu misma edad?

Que a estas alturas de la historia no conozca Anna Gabriel los valores de la familia es para compadecerse de ella, porque para muchos es lo mejor que nos ha pasado en la vida. Y no menos triste es que haya que explicarle a los lectores de un solo libro que en estos tiempos de mayor aislamiento, y de familias con solo uno o dos hijos, si no tienes una tribu a mano debes buscarla para que tus hijos crezcan más completos.