Estos últimos días se han producido varios acontecimientos que a buen seguro habrán hecho tambalear las creencias de los miles de incrédulos que aún pueblan esta tierra. La oleada de cifras macro sobre la economía navarra ha venido refrendando su buena salud y su pujanza para salir de la crisis sin dejar de lado los esfuerzos por combatir la desigualdad y la exclusión. A pesar de largo recorrido que aún queda por hacer. Y todo ello echando por tierra las predicciones de los agoreros que pronosticaban que el gobierno del cambio iba a convertir la economía foral poco menos que en un erial.
Otro acontecimiento que habrá hecho a más de uno frotarse los ojos, y que hace apenas unos años parecía tan irreal como lejano, ha sido el desarme final de ETA sin contrapartidas, forzado por un acoso popular, político y policial sin precedentes. Pese a la escenografía de Baiona, la banda ha acabado derrotada por una sociedad cada vez más comprometida contra la violencia y que ya disfruta casi con plenitud de la ansiada paz definitiva. Todavía quedan deberes pendientes, como consolidar la paz y la convivencia, además de desterrar la cultura del terror instalada en demasiados lugares. Sin descuidar -como prioridad- un mayor arropamiento a las víctimas y -como acto de justicia- una reorientación de la política penitenciaria.
El recelo también anidó entre muchos malpensantes cavernícolas con la llegada de la Korrika a Pamplona. Que fue ni más ni menos que lo que se pretendía: una multitudinaria, animada y popular fiesta por el euskera. Sin matices retorcidos. Sin acosos o encontronazos con las tradicionales y respetables manifestaciones religiosas del Domingo de Ramos que pregonaban algunos provocadores mediáticos.
En un plano más lúdico, que no frívolo, Osasuna rompía esquemas con su segundo triunfo seguido recompensando a su incansable y ejemplar afición y haciendo bueno el refrán de que la esperanza es lo último que se pierde.
Malos tiempos para los descreídos.