la idea de que España ha perdido Catalunya y sólo falta el certificado de defunción está ganando adeptos a marchas forzadas en ambos lados del conflicto, hasta ahora político. Una gran parte de los catalanes de toda edad y condición -leyes al margen- ya no se sienten españoles y han desconectado sentimental y simbólicamente de España, en donde a su vez se está exacerbando cada vez más el nacionalismo patrio y la catalanofobia. Desde el poder se ha huido como de la peste de una solución jurídica ordenada y se han redoblado amenazas y exabruptos. La inacción durante varios años ha sido la tónica dominante, respondida ahora desde las filas soberanistas con un plan de desconexión jurídicamente rocambolesco pese a legitimidad ganada el 1 de octubre. En este escenario nos encontramos agotado uno de los dos plazos que el Gobierno ha dado a la Generalitat antes de aplicar el totémico e imprevisible artículo 155. El independentismo se siente fortalecido y el Ejecutivo central amparado por la ley y reconfortado por los grandes partidos estatales. Nadie quiere romper los puentes de diálogo y quedar como culpable ante la comunidad internacional pero el uso de la falsedad en el debate político y público es cada vez más evidente. El independentismo no quiere dar ni un paso atrás y su dilema es la unilateralidad, negociar el nacimiento de un nuevo Estado o el pacto hacia una consulta acordada. Desde el Ejecutivo no se debería desdeñar esta última opción, pese a que a sigue instalado en el marco constitucional como referencia de su actuación aunque abierto a negociar la reforma de la Carta Magna en seis meses. Pero medio año es mucho tiempo en política. Si antes del jueves no hay acuerdo sin vencedores ni vencidos, con la economía sufriendo, los más intransigentes imponiendo sus tesis, las calles en un clima de efervescencia patriótica, las Fuerzas de Seguridad preparando planes de intervención y Rajoy enarbolando el ariete de la judicialización del problema, la deriva puede llevarnos de la mano de la desmesura hacia el precipicio. De momento ya hay dos líderes sociales en la cárcel. Y la escalada de tensión no va a decaer de aquí al jueves. Y más allá, tampoco.
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