la apelación al miedo ha sido -y desgraciadamente será- una constante en las campañas electorales. Lo han utilizado los líderes políticos para ablandar conciencias y diseñar estrategias ganadoras. Apelando tanto al corazón como a la cartera. Es legítimo, pero falaz. Y tiene un punto de manipulación al conseguir muchas veces contagiarnos su cálculo interesado y llenar de votos las urnas de quienes lo practican, tanto en la derecha como en la izquierda. Se aprovechó de él un Rajoy ya tambaleante por la corrupción en las últimas elecciones generales ante el avance de Podemos. Lo está reclamando sin tapujos Casado tras tomar las riendas de un PP cada vez más derechizado ante el avance de dos rivales en su mismo espacio político que le abocan al abismo electoral y a un desastre histórico en las urnas tras la pérdida de su hegemonía. También lo practica un Sánchez instalado ahora en la centralidad y el pragmatismo con un Podemos descompuesto. Pero la irrupción en la escena política de los ultras de Vox -un partido que ha eclosionado en el mismo PP que ahora le teme- ha generado una nueva sensación de temor temor a la formación liderada por Santiago Abascal. Con respuestas simplistas y populistas a problemas complejos han logrado robar protagonismo a los otros cuatro grandes partidos y sembrar la angustia entre los demócratas con pedigrí que andan desconcertados ante este fenómeno inédito en España. Pero es que su discurso franquista-imperialista está calando entre cuadros y votantes del PP, un partido acostumbrado a aprovecharse del voto del miedo que ahora está acongojado porque el voto a Vox es un voto de castigo al PP... y las encuestas les dan un par de docenas de escaños. Un resultado que da miedo. Porque pueden ser la llave para que una derecha cada vez más a la derecha llegue al poder de la mano de unas siglas repletas de generales y legionarios y plagada de propuestas irracionales, inmorales y hasta ilegales. Va a ser una campaña de miedo a la que se debe responder con movilización en las urnas.