pero qué cierre tan penoso para esta legislatura navarra. Verdaderamente patético que dos parlamentarios del cuatripartito se amparasen en el voto secreto para, alineándose con la oposición, cobrarse una cobarde vendetta en forma de veto al nombramiento al frente de la oficina anticorrupción de una persona y profesional de la abogacía intachable como Isabel Urzainqui. Lo peor de esa política miserable que no tiene palabra y sí una concepción meramente utilitarista de los individuos. No ha sido por fortuna el caso de la mayoría de sus señorías, en particular de las que abandonan por voluntad propia el Legislativo foral y singularmente de dos tipos que se visten por los pies como Carlos García Adanero y José Miguel Nuin. En las antípodas ideológicas, dos parlamentarios que han dignificado a la institución por su profuso conocimiento de las materias concretas y por su vocación de aunar criterios, desde la afabilidad argumental y la empatía también con quien piensa distinto. Unas bajas que por su trascendencia para la cotidianeidad de la Cámara perfectamente pueden asimilarse a las de en su día Juan Cruz Alli, Patxi Zabaleta o Carlos Cristóbal, figuras todas en las que deben inspirarse los próximos usufructuarios de escaño más allá de sus idearios. El ambivalente último pleno parlamentario ofreció también otra imagen de esperanza a ojos de quienes pese a todo seguimos confiando en la política como la cura o siquiera el bálsamo para los males de nuestra sociedad. En concreto, la que ilustró la portada de este periódico con Uxue Barkos y Javier Esparza despidiéndose en el hemiciclo con un cierto afecto, como corresponde a dos buenas personas que soportan el peso de una responsabilidad si no idéntica sí análoga. Una alegoría de que la política, hoy un campo de batalla sin cuartel, debería mutar en un espacio de persuasión mediante una oratoria más de convencimiento que de reproche, en la que prevalezca la ironía sobre la insidia. Ojalá esa dialéctica ejemplarizante por constructiva se impusiera en la próxima legislatura, aunque el eco de los extremistas y la vulgarización del debate público apuntan exactamente en la dirección contraria. Bien lo saben Adanero y Nuin.
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