olas de coches y playas desiertas. Son las imágenes más difundidas ayer al margen del día a día en los hospitales y de las comparecencias del Gobierno. Parece que la pregunta implícita en ese mensaje es: ¿dónde vas, no ves que no hay nadie? No todo el mundo soporta el confinamiento a base de canciones y grabación de vídeos para whatsapp. El gráfico de las horas muertas es el único que, en los últimos 26 días, no tiene punto de inflexión o visos de ralentización a corto plazo. Todo lo contrario. Aburridos de intentar ser ingeniosos un día sí y otro también, unos se saltan la orden asumiendo las consecuencias que puede acarrear su desafío y otros porque no resisten más entre cuatro paredes y un balcón con barrotes de jaula. Los mensajes contradictorios tampoco ayudan; por la mañana la ministra Montero habla de un regreso escalonado "a la vida normal" a partir del próximo día 26 y por la tarde el responsable de Sanidad enfría las expectativas: "No vamos a levantar ningún confinamiento". Es lo que tiene fijar fechas; la gente hace planes y ya se pone a imaginar lo que hará el primer día sin limitaciones, y el segundo, y el tercero€ Y no tiene días suficientes para tantas cosas pendientes.

Ahora mismo son menos preocupantes esas retenciones de tráfico que tratan de poner freno y marcha atrás a los fugitivos, que las retenciones emocionales que van haciendo mella en la población y que afloran en irritaciones, discusiones y ataques de ansiedad que van desgastando el ambiente familiar. Eso cuando no hay que lidiar en casa con una persona diagnosticada que endurece aún más la reclusión por la rigidez de las medidas que es recomendable adoptar además de por la tensión añadida al entorno que comparte la cuarentena. Esa retención obligada, ese control que es autocontrol, ese pasillo doméstico de ida y vuelta a ninguna parte, acaba pasando factura incluso a los más fuertes y comprometidos. Que llegue pronto la operación retorno.