iles de jóvenes asaltaron el pasado fin de semana calles y plazas del Estado. Eran turbas que celebraban la ruptura de cadenas que les tenían atados a rígidos horarios y que suponían un severo recorte a su modo de vida y costumbres. Era una revuelta sin capuchas ni mascarillas, a cara descubierta. No les guiaba tanto la intención de ocupar como la de tomar (a poder ser en grandes cantidades). La reivindicación tenía un lema muy descriptivo: "Hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual". Esclarecedor.

Diez años antes, algunas de esas mismas calles y plazas fueron conquistadas por una juventud harta también, pero de las reformas laborales que ponían grilletes a su futuro, desengañados por una clase política acomodaticia y corrupta, escandalizados por el rescate a los bancos, agobiados no tanto por no poder salir como por no tener salidas. No les movía el objetivo cortoplacista de cambiar de día estando en la calle, sino el impulsar desde el foro de la calle cambios que mejoraran la vida. Coreaban eslóganes como "Nuestros sueños no caben en vuestras urnas" o "Sin casa, sin curro, sin pensión". Estos sí que tenían motivos gruesos para estar indignados.

Una década después del histórico movimiento del 15-M las expectativas de los jóvenes de encontrar un trabajo bien remunerado y poder emanciparse no son mucho mejores. Ni para quienes participaron en aquellas asambleas efervescentes ni para estos negligentes que ahora lanzan sus mensajes a un mar de dudas, no en el interior de una botella sino de un botellón. Sin embargo, algunos de estos muchachos que posiblemente no respalden otro tipo de manifestaciones reivindicativas, de denuncia o de compromiso social, desafían a los efectos del coronavirus para celebrar el fin del estado de alarma que para nada es el final de la pandemia. ¿Falta de compromiso o de responsabilidad? ¿O las dos cosas?

Pese a los efectos devastadores de la covid, no puedo encontrar dos imágenes tan antagónicas que expresen mejor el momento que vivimos. Solo me queda recurrir a Stéphane Hessel, autor de ¡Indignaos!, la inspiración del 15-M, para encontrar una explicación al comportamiento de estos últimos días: "La peor de las actitudes es la indiferencia, el decir 'yo no puedo hacer nada, yo me las apaño'. Al comportaros así, perdéis uno de los componentes esenciales que hacen al ser humano. Uno de sus componentes indispensables: la capacidad de indignarse y el compromiso que nace de ella".

Una década después del 15-M las expectativas de los jóvenes no son mejores. Ni para quienes se involucraron en aquellas asambleas ni para estos negligentes de ahora