Villarejo parecía sacado de una película policíaca de los años 80. Había comenzado su carrera en el cuerpo en la etapa final de la dictadura, ganándose a políticos, periodistas y empresarios con el tráfico de información. Operaba como un agente libre, sin responder más que a sí mismo y con la complicidad de los ministros del Interior, sin importar a qué partidos pertenecieran. Nada más verme dijo que tenía buenos informes sobre mí”. Así describe el periodista David Jiménez en el libro El director su primer encuentro con el siniestro personaje. Villarejo se ocupó de grabar la conversación de aquella cita con un dispositivo que llevaba oculto. Las cartas, sobre la mesa.

El excomisario ha hecho de la compra-venta de información y de la extorsión su modus vivendi. Pero lejos de denunciar y sacar a la luz sus turbias maniobras, un amplio espectro de políticos, empresarios y periodistas aceptaron sus servicios con tal de perjudicar la carrera de un rival, hundir o impulsar una operación de calado económico o colgarse la medalla de una exclusiva, ocultando bajo el cuño de periodismo de investigación lo que era una entrega de papeles con el remite en las cloacas de la policía.

No hay escándalo en este país en el que no acabe asomando la sombra de Villarejo. Desde la amante del rey Juan Carlos, facturas falsas de Iberdrola, los tejemanejes del marido de Ana Rosa Quintana, supuestos correos de la reina Letizia, los atentados de Barcelona, el caso Gürtel... La lista sería interminable.

El excomisario fue durante veinte años “facilitador de la mayor parte de nuestras exclusivas”, confiesa David Jiménez en referencia a El Mundo, periódico fundado y dirigido en toda aquella etapa por Pedro J. Ramírez. Villarejo “tenía a un buen puñado de informadores bajo su cuerda, había cimentado la carrera de alguno de ellos y, de la misma forma, tenía la información y los audios para hundirlas”.

Quienes creían contar con un aliado al que pagaban generosamente unas confidencias obtenidas de forma ilegal, han topado ahora con un personaje amenazante que pone nombres y apellidos a quienes contrataron sus oficios, aunque su credibilidad, por sus apestosos manejos, haya que poner siempre en cuarentena. Ese es Villarejo. Y seguro que ha hecho escuela. Al tiempo.

Lejos de denunciar y sacar a la luz sus turbias maniobras, un amplio espectro de políticos, empresarios y periodistas aceptaron sus servicios