a creatividad a cuenta del coronavirus nos ha alegrado esta vida confinada pero ya no da para muchos contenidos originales más. Y la actualidad de picos y curvas de contagios y muertes, suavizada por el torrente de solidaridad humana, empieza a saturar por abundar en la desgracia aun decreciente tanto como los obscenos intentos de capitalizar políticamente esta doble crisis sanitaria y económica. La ficción se revela a modo de estrategia de autodefensa como una manera de escapar de esta cruda realidad y ya podemos abonarnos a todo tipo de teorías conspiratorias, con China y Estados Unidos como epicentro en el marco de su rivalidad por la hegemonía comercial y tecnológica. El régimen de Xi Jinping se erige en el foco principal de las confabulaciones, bajo la tesis de que el COVID-19 fue una creación para diezmar a los 250 millones de ancianos pensionados y, ya puertas afuera, para colapsar los mercados y ganar posiciones en la esfera internacional, accediendo en condiciones ventajosas al capital de compañías atractivas y disparando sus exportaciones ante la hibernación productiva de los competidores. Un teorema alimentado por la eficiencia acreditada por el Gobierno de Pekín para levantar en tiempo récord hospitales y otras infraestructuras esenciales, así como por la limitada incidencia de este coronavirus en socios preferentes como Rusia y Corea del Norte. En lo que atañe a la conjura estadounidense, los conspiranoicos apuntan bien a la CIA, que habría instrumentalizado el COVID-19 a modo de arma biológica contra China también en el contexto de su antagonismo, bien a una fuga en el laboratorio del Ejército sito en Fort Detrick (Maryland), con el concurso de militares portadores del virus hasta una cita deportiva celebrada en octubre en Wuhan en la que participaron soldados procedentes de todo el mundo. A falta de pruebas, créanse lo que les venga en gana pero mejor aferrarse a las certezas, aun como personas asintomáticas: guardar las distancias -incluso con mascarilla-, lavarse bien las manos, no tocarse el rostro y todos en casa. Eso no es cuestión de fe. Ni de aburrimiento.