i la segunda suspensión de los Sanfermines se hizo dura, no menos la cancelación por segundo año consecutivo de las tradicionales comidas y cenas previas a la Navidad. Bien de empresa o de cuadrilla, cuando no de ambas dos si no coincidían y el hígado respondía a la par que el bolsillo. Y en ese penar vamos avanzando inexorablemente hacia las fechas clave, con el reparto de encuentros con sus manjares y alcoholes en las casas que habrán de albergarlos, imbuídos todos y todas de un halo de tristeza. Porque en efecto estamos vacunados contra el virus -y más nos vale-, pero no así frente a la frustración ante otras fiestas navideñas a medio gas y con este temor a contagiarnos y contagiar que ya llevamos pegado a la piel. Justo por eso, y más en aquellos hogares con personas de edad, resulta más exigible que recomendable acudir a las citas con un test de antígenos negativo y desde luego excusar la asistencia si concurre alguno de los síntomas conocidos sin PCR mediante. El medidor de CO2 tampoco estaría de más dadas las ásperas circunstancias y en su defecto que no falte la ventilación con el morapio en todo lo alto para entrar en calor. Dado que no acabamos de salir del pozo pandémico, serán en todo caso unas celebraciones moderadas y convendría un cierto grado de empatía con quienes se encuentran peor que simplemente melancólicos. Para empezar con los aquejados de soledad interior -agravada si les falta compañía- ante los malestares vitales acumulados y agudizados por las ausencias irrespirables. Y también con los afectados por las secuelas de la enfermedad severa, incluido el coronavirus, o pasto de la congoja por unas dolencias persistentes a expensas de juicio clínico. O con esas personas mayores que volverán a sentarse a la mesa con la angustia de que, esta vez sí, no habrá más Navidades. En suma, empatía con todos los congéneres que solo esperan de esta Navidad el advenimiento de tres palabras: que pase rápido. Para todos los demás, mejor que el tiempo se ralentizase, pues nos sobrevendrá enero con una cuesta arriba más empinada que nunca en forma de IPC disparado. Como para pedir a Olentzero y a los Reyes Magos luz y gasolina.

Dado que no acabamos de salir

del pozo pandémico, serán unas fiestas moderadas y no estaría de más una cierta empatía con los que están peor que solo melancólicos