olo a quienes les ha ido mejor que bien se les oye vocear eso de que a mí nadie me ha regalado nada. Como si tuviera que quedarnos claro a los demás que todo lo mucho que tienen -no tanto lo que son- se lo han ganado con su exclusivo sacrificio. Ya saben, dónde se haya nacido cuenta lo justo, el esfuerzo de los progenitores para procurarles la mejor educación posible va de suyo y si han llegado donde están es por su perseverancia. Todo causalidad cimentada en el empeño personal y nada atribuible a la casualidad, a la dicha de hallarse en el lugar adecuado en el momento más propicio. Auténticos mendrugos, desagradecidos con quienes les brindaron las primeras oportunidades y con los que después contribuyeron a que otras se les aparecieran. Entre esa gente destacan por su necedad los ricos que no ven pobres porque solo detectan a los que piden o malviven a la intemperie y que además consideran que se lo merecen, aunque tengan dos trabajos y aún así no les alcance. Pongan por caso al tal Ossorio, portavoz de Ayuso, que desmiente a Cáritas porque en Madrid no cabe la penuria ni la miseria, menos la indigencia. Si en el plano individual ese nadie me ha regalado nada resulta una proclama estúpidamente ególatra, en la esfera social no conviene olvidarlo nunca. Porque la democracia no constituye un obsequio de la historia ni una dádiva de las élites, Y en consecuencia la condición de ciudadano conlleva una actitud cívica proactiva, un compromiso colectivo soportado en la libertad de opinión y de manifestación, siempre un derecho y a menudo una obligación. Desde luego en favor de nuevos derechos en sociedades abiertas y respetuosas con las minorías y en general frente a las injusticias. Atenten estas últimas contra los consumidores esquilmados por los precios estratosféricos o contra unos sectores del transporte y agropecuario en pérdidas por mor de unos costes disparados, que en concreto al mundo rural le abocan a la extinción. Un deber ético de hacerse oir que alcanza su máxima expresión en la defensa de las víctimas de invasiones por las bravas, las perpetre en Ucrania un aprendiz de zar ruso o en el Sáhara un Putin marroquí. Pues no se trata de una cuestión ideológica sino de pura humanidad, se vote a quien se vote. Y cuidado con deslegitimar el malestar y además demonizarlo con etiquetas, como si en vez de compartir el mismo interés quienes protestan fueran la misma cosa a estigmatizar. No vaya a capitalizar de verdad la ultraderecha todas las movilizaciones en la calle y que esa contestación se acabe plasmando en las urnas. Mucho ojo con eso.

Ojo con deslegitimar el malestar y además demonizarlo con etiquetas, no vaya a capitalizar de verdad la ultraderecha las movilizaciones y esa contestación llegue a las urnas