No se si han visto (Netflix) o vieron (cuando había cine y se compartían palomitas) El Hoyo, la durísima película de Galder Gaztelu-Urrutia que habla de la miseria social y moral de nuestra sociedad, la lucha de clases y del egoísmo de un sistema injusto para sostener el primer mundo. Todo ocurre alrededor de una plataforma por la que desciende cada día comida a gente reclusa. Hay muchos niveles. Pero no reciben lo mismo los pisos de arriba (un banquete) que los de abajo, que encuentran los platos vacíos. La asfixiante atmósfera que rodea a los protagonistas principales en su oscura celda (saltan de nivel por decisiones de arriba) y la sangrienta lucha por sobrevivir resulta tan terrorífica como irreal. O no. El despliegue de 1.400 camastros en Ifema (también el trasiego en Refena con trajes de guerra biológica) me ha traído a la memoria este thriller. También cuando se convirtió en un tanatorio improvisado tras el 11-M. En aquel momento sabíamos cuál era el enemigo que aunque agazapado tenía nombre. Ahora todos somos iguales, igual de frágiles, ante el virus. O no tanto. Porque en esta cuarentena también hay clases sociales. Y más cerca de lo que creemos. Vamos a ir bajando. No es lo mismo vivir en una cómoda casa con jardín y gimnasio como exhiben estos días algunos impúdicos futbolistas, que un pequeño piso. Llevamos diez días de encierro y que se lo pregunten a muchas familias del Casco Viejo, Milagrosa o Etxabakoitz. No es lo mismo estar en una residencia solo que tener la familia cerca. Seguimos descendiendo. Charo, de origen gallego y con 20 años en la ciudad, malvive sola en una habitación después de separarse. Sin cuarentena bajaba el tapper a su hijo al portal porque el casero no le dejaba subir. Hay personas que viven en la calle. Aquí, en Pamplona. Y el centro de Trinitarios está lleno. Podemos seguir. Estoy pensando en ciudades confinadas donde no hay agua corriente o jabón. Ya se que tenemos mucho en lo que pensar pero ahora que emerge la solidaridad quizá sea el momento, por ejemplo, de pedir a la gente que alquile su vivienda a quién más lo necesita. No se cómo será la vuelta a la vida después de la cuarentena. No quiero imaginarla, solo quiero que entre todos la reinventemos. Por cierto, El Hoyo tiene un final esperanzador.