Una amiga me comentó que su madre sentenció ante ella hace unos días que esto del coronavirus "va a acabar con todos los viejos". En esos pensamientos debe andar también el suegro de un colega, que no las tiene todas consigo, evita salir a la calle con su insistencia habitual caigan chuzos de punta o atice calor tropical y pone excusas para las visitas a su domicilio en cuanto sabe o imagina que hay un catarro de por medio. "Vete tú a saber", resume sus precauciones. Cualquier edad es suficiente para reconocerse hablando más de la cuenta de este bicho viajero que ha puesto en escena lo más natural y primario que tenemos. Hay miedo, en sus diversos grados y formas; irracional galopando en cualquier temor imaginado o supuesto, o racional guiado por la información que consideraremos suficiente para sostener nuestro terror. Lo que imaginamos y lo que vemos, con cualquiera de ambos se puede montar una historia. Hay alarma también, que es otra cosa, porque consiste en colocar lo que nos imaginamos o entendemos junto a un altavoz y airearlo, lanzarlo cuanto más lejos, mucho mejor. Partiendo de la base que un hecho afecta de forma distinta a un grupo homogéneo en características y condiciones, tiene su gracia e interés tampoco es cuestión de eludir la parte de culpa que los medios de comunicación sean señalados y criticados por alarmistas y exagerados con el tratamiento informativo del coronavirus, asignando directamente el grado del canguelo del ciudadano a la profusión de datos con los que se está narrando este tema. A más información, más acojono, parece deducirse. Deducción, si se quiere también, con su parte de lógica si el espíritu flaquea ante lo desconocido. La magnitud de la dolencia por su fácil contagio y propagación no necesita ni periodismo amarillo ni engrandecimiento para observarla en su correcta dimensión. Esta enfermedad tiene su parte de alarma social que también deberá ser gestionada, como el virus, como el miedo. Que ya se sabe que es libre y que solo necesita una chispa para arder. La información suele ser el mejor apagafuegos y en estos tiempos, cualquiera no vale de bombero. Hay que hacer caso a los que saben. También tomarse la temperatura, física y emocional.