La semana pasada, cuando las medidas de contención del coronavirus empezaban a lanzarse todavía en incipiente carrera en Navarra y en el Estado, debajo de los titulares gordos de los periódicos, que repasaban el listado de normas y exponían la situación creciente de la epidemia, un titular más modesto daba un notición, un brochazo de esperanza. "Confirmada la segunda curación en el mundo de un paciente con VIH", afirmaba. El individuo, que había sido tratado con "un trasplante de células madre, ya no tiene el virus". La noticia ha tenido continuidad mediana en los días siguientes y se ha abordado el logro con algo más de profusión de datos, aunque ha quedado el asunto cubierto por esta ola grande del coronavirus. El VIH era no hace tantos años la hecatombe, un azote horrendo y, para los de siempre, castigo divino de promiscuos y gente de mal vivir. Este infierno en vida, que se ha llevado a muchos por delante ha matado a 39 millones de personas en 40 años, tenía su remedio y la ciencia está poniendo las cosas en su sitio tras una batalla larga, pero sobre todo silenciosa. Entre las muchas dedicaciones y profesiones que merecen no solo respeto sino admiración absoluta, los investigadores ocupan un lugar destacado. Este personal sabio, sereno y casi oculto, vive en el recato porque por un lado, y casi obligatoriamente, parte de su tarea se realiza de forma enclaustrada y, por otro, se siente mejor lejos de los focos y la pasarela de los medios, que piden respuestas y siembran con un plus de urgencia cualquier labor. Apartados para estudiar y avanzar, pero sin ahuyentar la publicidad y el ruido, que también son importantes como reclamo porque el dinero de instituciones, sociedades o mecenas nunca es suficiente para estos combates que duran años, ante rivales minúsculos, insistentes, caprichosos y letales. Todos estos científicos e investigadores que no vemos que andan empujando los remedios para estos bichos desde hace tiempo son los que nos hacen vivir cuando enfermamos, mantenernos aquí y avanzar. Son los que saben cómo se pelea contra el miedo y la debilidad de la enfermedad, que es con ciencia. Estamos en sus manos y sólo nos acordamos de ellos cuando el dolor, como ahora, aprieta. Por eso, todo el agradecimiento es poco. La esperanza viaja con ellos y siempre, lo sabemos y se nos olvida, necesitan más medios.