uando andar por casa era lo más común -no había otra cosa- y también no salir del entonces gigantesco y feliz orbe particular que formaban el parque, el domicilio familiar y el de los parientes del pueblo, tener la obligación de hacerte el pasaporte era un signo de distinción, una puerta de salida. Eras un pelao, eso decía tu foto, pero así lo ordenaban para irte de aquí y entonces te habías hecho con el viejuno librito ése de tapas verdes, con unas cuantas páginas para rellenar con sellos de entradas y salidas y, sin haberte montado aún en el autobús, te sentías un trotamundos loco, un intrépido, incluso un políglota de tomo y lomo capaz de llegar a todas partes y hacerte entender con esas clases de francés del colegio y con lo que creías que habías aprendido pese a fumarte horas de la academia de inglés.

El pasaporte te hacía un tío de mundo y no era comparable en cuanto a estatus documental y encanto con el vulgar DNI y su aspecto de escapulario, ingobernable para colar en cualquier bolsillo, zafiedad plastificada.

El pasaporte hacía falta -lo exigían- para pasar la muga de aquí al lado, viajecito de lo más doméstico, pero pisar tierra donde hablaban en lengua diferente y pasar un control otorgaba una sensación de elegancia despreocupada, arrojo natural incluso. El pasaporte era una puerta a la imaginación.

Ahora nos vamos a tener que agenciar un pasaporte para los disparatados nuevos tiempos, no para enseñar procedencia, adscripción o nacionalidad, sino para certificar que estamos vacunados. Y si los pasaportes de antes eran para marcar la frontera y decirte con un cuño que estabas en un sitio de donde no eras -un sinsentido muchas veces-, el de ahora -el de la covid- tiene otra misión, porque si antes se utilizaban para salir, ahora son para entrar, a sitios cerrados, también con la adecuada compañía.

El terreno de los que no se han pinchado no interesa -el de los 4,6 millones de españoles que no se quieren vacunar-, territorio con una densidad de población plagada de egoístas, despreocupados y desconfiados, raritos o visionarios. Según con quién, es mejor no pasar algunas mugas. O que no las pasen con nosotros. Menos remilgos con estas cosas y más ciencia, o sentido común. Aunque lo de andar pidiendo papeles es un gran lío, el debate que se montará mejor que llegue con todos vacunados, sin peligros extras.

El pasaporte era para salir pitando de aquí y saltar mugas; ahora, el pasaporte lo vamos a tener que utilizar para entrar, con la mejor compañía controlada posible