la derecha unida y exacerbada convirtió ayer la primera sesión de control al Gobierno de la legislatura en una sesión monográfica sobre el encuentro del ministro Ábalos del pasado 20 de enero en Barajas con la vicepresidenta venezolana, Delcy Rodríguez. Una escenificación de acoso y derribo contra el titular de la cartera de Transportes aunque con el presidente Sánchez como foco de las invectivas, desgranadas nada menos que en cinco preguntas y una interpelación. Más allá de constatar el palmario error de Ábalos por no atenerse desde el primer momento a una versión inmutable y unívoca, la oposición no pudo contradecir ayer en el Congreso las explicaciones ministeriales, en el sentido de que la conversación con Rodríguez ahorró el conflicto diplomático que hubiera concurrido de haber pisado la vicepresidenta de Maduro el territorio Schengen y haberse mancillado por tanto las restricciones decretadas por el Consejo de Europa a los dirigentes venezolanos. En realidad, nada de lo que dijeran Ábalos y Marlaska -este en su condición de ministro de Interior- iba a modificar el guion de una derecha consagrada a la bronca, evidenciando una palmaria falta de lealtad en cuestiones de Estado que solo parecen serlo cuando ella gobierna. Porque en esa carrera de exabruptos incluso arremetió contra el expresidente Zapatero por su labor de intermediación en aras a una solución al conflicto venezolano, cuando el pasado Gobierno de Sánchez ya proclamó su exigencia de unas elecciones democráticas libres para poder consolidar la democracia, la paz y los derechos humanos. Si la derecha española en su conjunto pensara realmente en el pueblo venezolano en lugar de manosearlo por abyectos intereses partidarios de ámbito doméstico, descartaría como salida pragmática y de futuro la imposición de un presidente como Guaidó, cuya legitimación democrática por mucho que insistan Estados Unidos y quienes secundan a Trump no es mayor que la de Maduro, también inhabilitado para dotar al país de un porvenir prometedor por su praxis autoritaria. Mientras desde el flanco a la izquierda y el soberanismo posibilista se procura la estabilidad institucional y el avance en derechos de ciudadanía -por ejemplo con el incremento del SMI o con la ley de eutanasia-, el espectro conservador se aferra a Venezuela, signo inequívoco de debilidad política y de falta de propuestas de fuste.