l anuncio por parte de la consejera de Salud, Santos Induráin, de que Navarra comenzará previsiblemente en la primera quincena de enero la vacunación contra la covid-19 liderada por Osasunbidea y comenzando por los colectivos "más vulnerables" es una buena noticia. Inicialmente la vacuna va a ser la vacuna de Pfizer. Un punto de esperanza que, sin embargo, no debería derivar en euforia o frivolidad. Es justo reconocer que las estimaciones más optimistas difícilmente aspiraban a este escenario antes del final de año. En ese sentido, es razón para congratularse por la eficacia de los mecanismos de investigación puestos a funcionar en todo el mundo y que, con una diferencia de apenas semanas, van a poner en manos de los servicios sanitarios vacunas diversas que constituyen la primera gran herramienta de protección colectiva. Sin embargo, la vuelta de esta noticia excepcional es el riesgo de una relajación ante la expectativa de alcanzar la orilla sin reparar en que aún existe un grave riesgo de que aún más pacientes se ahoguen en los últimos metros de esta travesía. La prisa por las celebraciones que vienen no sería buena consejera. La guardia deberá seguir alta porque la evidencia nos habla de episodios de falta de concienciación o directa irresponsabilidad como los conocidos en los últimos días con nuevas multas por fiestas colectivas en pisos o más botellones en Navarra. Actitudes que, sobre todo, contravienen el mínimo civismo. En paralelo, la sucesión de mecanismos de detección que se han incorporado al arsenal de los servicios de salud para identificar y contener la transmisión del coronavirus puede haber creado una equivocada percepción de seguridad añadida. El uso de esas herramientas y su eficiencia está vinculado a los objetivos de las mismas. No son equivalentes un test PCR que uno de antígenos o los que recientemente se van a poner a disposición del público en farmacias. Los profesionales de la materia ya advierten de que el uso de estos mecanismos no puede ser un instrumento utilitario -mucho menos un aparato de consumo- para buscar la falsa seguridad de cara a incumplir el rigor de las medidas de autoprotección. Corremos el riesgo de extender la percepción de que un test de farmacia -que en todo caso solo se podrá prescribir por un médico y en determinadas condiciones- es el visado para desconocer las medidas de distanciamiento y mascarillas. Y no sólo no es así, sino que puede implicar todo lo contrario. Sigue habiendo mucho en juego.