La escalada bélica continúa entre Israel e Irán sin que haya un solo movimiento diplomático que busque ponerle fin. En Europa, la divergencia interna se constata con las posturas mantenidas por Ursula Von Der Leyen que, como presidenta de la Comisión, mostró su respaldo a la seguridad de Israel, y la Alta Representante de Política Exterior, Kaja Kallas, con una postura más equilibrada en términos de apelar a todas las partes sin identificar responsables tras una escalada iniciada por Israel. En consecuencia, no es previsible una iniciativa diplomática europea con la paz como objetivo.

La postura de Estados Unidos es clara y contiene un reproche implícito a la mediación que proponía el presidente francés, Emmanuel Macron: la administración republicana está del lado de Netanyahu y concibe la crisis como un medio nada disimulado de conseguir doblegar la voluntad de Teherán y plegarle al abandono de su programa nuclear. Netanyahu va más allá –y la tentación de Trump de respaldarla también es evidente– y pretende la desestabilización del país persa con la expectativa de un desplome del régimen islamista chií de los ayatolás.

En la región, el silencio de los países árabes refleja el liderazgo estratégico de Arabia Saudí y las monarquías del Golfo Pérsico, antagonistas directas de Irán en el juego geoestratégico. Ninguno de los actores en la zona es una democracia homologable y respetuosa de los derechos humanos –ahora mismo ni siquiera Israel– y su pulso dificulta elegir cuál es el mal menor para la estabilidad y los intereses occidentales. Desde luego, la debilidad de Irán puede ser detonante de un conflicto transfronterizo.

Los agentes más radicalizados y asociados a Teherán de las comunidades chiíes de la región y sus aliados más allá del carácter confesional de su vínculo, son actores capaces de desestabilizar amplias regiones de Asia y África. La capacidad de que un movimiento interno fuerce la democratización de Irán es más que cuestionable. En cambio, la opción violenta es una mecha prendida difícil de detener. Y la duda sobre el grado de avance del programa militar nuclear de Teherán siempre persiste, hasta el punto de la preocupación por su actitud en caso de que la supervivencia del régimen esté comprometida. En el caso de Israel, no hay duda: es una potencia nuclear.