Durante los últimos meses he tenido la oportunidad de acercarme a tres realidades que configuran pensamientos, acciones y alternativas muy diferentes a las dominantes. Cada una de ellas rompe la hegemonía del sistema económico, cultural, social y político que hoy en día forma parte de nuestra vida y forma de pensar, hasta límites que muchas veces no son fácilmente identificables ya que pasan a formar parte de nosotros mismos y de la conciencia colectiva que nos rodea.

La primera ligada a una persona recientemente fallecida cuya existencia se desarrolló en un entorno local relativamente pequeño en cuanto a su extensión y población. Durante su vida hizo de la tierra, pese a desempeñar su actividad laboral en una fundición, no un mero recurso a explotar sino por el contrario una parte fundamental del desarrollo de un pueblo, ligando los frutos de la tierra, al entorno físico y a las necesidades reales de quienes cultivaban las tierras. No se trataba de coger la tierra como quién coge un cúmulo de piezas, las ensambla y obtiene un producto que garantice una plusvalía en el mercado, sino de adaptarse al entorno en un diálogo respetuoso con el mismo que cubra las necesidades reales de las personas y nos las establecidas en otros lugares.

Sólo desde esta postura se entendía su generosidad con quienes visitaban este espacio, siempre abierto a quienes paseaban por sus lindes, sin muros y con una caseta sin cerrojos para quienes necesitasen resguardarse de la lluvia, entrar en calor o en un momento de apuro contar con un pequeño botiquín para paliar heridas o picaduras. Como me dijo un familiar cuando me avisó de su muerte era " buena gente". Era de esas personas que sin tener una relación estrecha con ella, los pocos ratos que pude conversar con él, coincidiendo casi siempre con las fiestas del pueblo, siempre te transmitía humanidad y cercanía. Era su relación tan especial con la tierra lo que al final hacía que su forma de ser, incluidas sus limitaciones, generase en quién se acercaba a él la esperanza de que las personas somos bastante más que números o partes de algoritmos de un proceso productivo. Algoritmos que rigen nuestra vida y están tan presentes como en la mayor compañía telefónica del mundo, WhatsApp, que no tiene infraestructuras de telecomunicaciones, pero manda 35.000 millones de mensajes diarios. O que Uber, la principal empresa de taxis del planeta, no posee ningún coche en propiedad, y, sin embargo, emplea algoritmos para conectar a los pasajeros y los vehículos. Su preocupación era conservar una viña de abaso, ver crecer los álamos, chopos, arces y acacias que había plantado en el comunal para preservar el medio ambiente, tratar los olivos con productos que no afectasen a las abejas, ofrecer a quienes le visitaban o paseaban por las inmediaciones las almendras, nueces y pomos que producían sus árboles y dejar testimonio vidual de los aperos de labranza que nuestros antepasados usaban.

Una segunda desarrollada en la conferencia que la antropóloga social y cultural Yayo Herrero dio en Pamplona organizada por el Foro Gogoa. Sostenía la conferenciante que la crisis ecológica actual deriva del modelo de desarrollo y producción capitalista. En este sentido, sostiene que el propio capitalismo no puede existir sin que exista crecimiento económico, pero que en un mundo físico que tiene límites, un crecimiento indefinido es imposible. Remarcaba que en este modelo económico se priman trabajos superfluos, mientras que los trabajos que hacen posible el mantenimiento de la vida humana, como la producción agrícola o el trabajo reproductivo, están completamente precarizados o directamente excluidos de toda remuneración. Promovía un diálogo muy potente entre el feminismo y el ecologismo pero haciendo una reflexión más profunda. Exponía que el capitalismo es un sistema ecocida, porque destruye la naturaleza para crecer; patriarcal, porque explota el trabajo humano, sobre todo en los hogares de las mujeres para poder fabricar entre otras cosas el flujo de mano de obra; es racista porque se sostiene sobre el despojo y la explotación de los recursos naturales en grandes zonas del planeta considerándolas como grandes minas y grandes vertederos y por tanto expulsando a las personas que hay allí; y es injusto por la acaparación que hace de la riqueza. Finalizaba diciendo que si hablamos de resolver este modelo sin incorporar la lucha de clases, podemos ir hacia modelos que no resuelvan las cosas.

Y una última mirada en la película francesa " Especiales" . Recientemente estrenada en los cines narra la historia basada en hechos reales de dos amigos: Bruno y Malik. Ambos se enfrentan a una compleja e invisible realidad, que se corresponde con aquella que sufren muchos chicos y chicas con trastorno autista. Los dos desarrollan dos asociaciones diferentes que, de forma paralela, orientan e instruyen a diversos jóvenes procedentes de barrios conflictivos para que puedan convertirse en cuidadores de jóvenes autistas. Son aquellos casos que son calificados en un expediente como "extremadamente complejos", que nadie quiere tratar y por ello desatendidos por las instituciones. Se trata en la medida de lo posible de dignificar sus vidas. Un gesto de generosidad y solidaridad extrema, una renuncia a la comodidad de un trabajo seguro, bien considerado socialmente y económicamente atractivo. Allá donde la esperanza ya no existe, un pequeño rayo de luz con muchas dificultades emerge de las penumbras más oscuras en una sociedad que al final demanda personas productivas o consumidoras. Una parte de la realidad donde el estado ya no existe, donde otras entidades privadas no quieren entrar, viéndose los familiares abandonados a su suerte en un día a día que genera para ellos cicatrices cada vez más profundas.

Son tres ejemplos. Seguramente son muchos más. Fáciles de ver para quienes quieran tener los ojos abiertos y difíciles de valorar para quienes levantan muros en sus casas, en su vida, en su trabajo y especialmente en sus ideas y pensamientos.

Dedicado a Felix- Txirolas-