Harald Schumacher, portero de la selección alemana en el Mundial 82, describía el porrazo homicida que le propinó en semifinales al francés Battiston, y que envió a este al hospital, como un involuntario golpe “con la cadera” sin mala intención. Eso dijo. La imagen es escalofriante. Por un momento, ayer temí que se repitiera la escena cuando la prole política de la derecha se lanzó a la carrera para salir en la foto de familia que ponía el punto final a la manifestación de Madrid. Era tal el afán por ocupar los puestos de primera línea, por separar a los unos (los de la derecha extrema) de los otros (los de la extrema derecha) que el juego sucio de caderas, de empujones indisimulados, casi obliga a intervenir al VAR. Rivera se cuidó de desmarcarse con habilidad a la izquierda de Casado, mientras que el líder de UPyD, Cristiano Brown, se abría, a empellones, un espacio entre este y Abascal (Vox), arrinconando en un segundo plano a un hierático Maroto (PP). El resto, los desplazados de la jugada, tenían que ponerse de puntillas para hacerse visibles. A partir de ahí solo era cuestión de clavar los zapatos en la tarima y aguantar la presión del de al lado componiendo la mejor de las sonrisas. Prietas las filas. Banderas al viento. La foto bien valía un moratón.