Hay ya más de 70 millones de personas desplazadas, la mayoría de ellas hacinadas y abandonadas a su suerte en campos improvisados, sin saneamiento, alimentos o atención sanitaria. Son refugiados por el mundo, apenas 500 de ellos han encontrado un lugar donde volver a empezar su vida en Navarra. “Personas que se hallan fuera de su país de origen y no puede retornar a causa de un temor bien fundado de persecución debido a su raza, religión, nacionalidad, opinión política o pertenencia a un grupo social determinado”. Las guerras son la principal causa del crecimiento incesante del número de refugiados. Las imágenes desoladoras de familias enteras esperando un mínimo de ayuda en su huida de las matanzas son el principal exponente de ese drama mundial. Pero tampoco se puede olvidar la persecución política, religiosa o étnica. Las organizaciones internacionales de defensa de los Derechos Humanos denuncian la hipocresía de los países occidentales, que conmemoran la jornada anual dedicada a los refugiados, pero incumplen la legalidad internacional y sus propios compromisos de respetar y proteger los derechos de esas personas solicitantes de asilo. Aún más, advierten de que hay gobiernos que retratan a estas personas como una amenaza para la sociedad a la que piden protección. También denuncian que el principio de no devolución, que prohíbe entregar a cualquier persona a un país donde pueda sufrir violaciones de Derechos Humanos está siendo anulado de hecho, al tiempo que se levantan nuevos muros en las fronteras. Y el Estado español es uno de los peores ejemplos. Sé que me repito, pero 70 millones de personas deambulan por el planeta Tierra y nadie con poder real parece dispuesto a echarles una mano, más allá de quienes ayudan desde la solidaridad humana en los campos o en las fronteras de tierra o mar. Al contrario, crecen los discursos que les señalan como una carga y un peligro. También ante esta situación merece la pena insistir para no olvidar.