es llegar el verano y parecernos todo posible, incluso aunque no se esté en el mejor momento. Particularmente cuando con los reales sobre la arena se mira al horizonte y se fantasea con el porvenir, con tantas expectativas que algunos hasta contemplamos como probable la súbita aparición de Ursula Andress con aquel bikini blanco que deslumbró al mismísimo James Bond. El estío resulta un chute de optimismo porque al sol asociamos los instantes jubilosos y con ellos revivimos a las personas que más apreciamos y quisimos. Y también porque con el calor nos sobreviene un caudal de íntimas sensaciones tan banales como gozosas. Ya saben, esos chapuzones mejores cuanto más nos haya costado arribar a tales aguas, el bronceado en horizontal con la mente traslúcida más que en blanco, cada trago de cerveza gélida congeladora de meninges, la fritura marina con bien de limón, la siesta babeante, el sexo intempestivo y un largo etcétera degustado a poder ser sin el reloj marcándonos las horas. El verano brinda además la ocasión para la lectura sosegada que nos procura un silencio reparador y esa escucha interior óptima para reordenar prioridades y congraciarnos con nuestro verdadero yo. Así que los mejores deseos para estas semanas de deleites, rebosemos de energía las reservas emocionales.