Anda estos días Esparza enfadado -y buscando a la desesperado apoyo mediático para airear ese mosqueo- porque la presidenta Chivite ha desviado su petición de mantener un encuentro a dos bandas hacia el secretario de Organización y portavoz en el Parlamento del PSN, Ramón Alzórriz. No sé si acierta o no con este gesto Chivite. Al fin y al cabo, la presidencia conlleva obligaciones institucionales y recibir al portavoz de Navarra Suma puede ser una de ellas. Pero evidentemente es una gesto político con el que Chivite quiere transmitir algo a Esparza. Posiblemente un malestar personal más que políticos con sus ataques permanentes al PSN, casi siempre decorados con insultos y falsedades. La foto en política siempre tiene un precio. Y es cierto que no parece tener mucho sentido estar agitando el insulto permanente contra Chivite y el PSN -ahora los socialistas se han convertido en el foco del discurso más bronco de las derechas- y a continuación pretender un encuentro como si ese discurso no estuviera pasando. Esparza debiera reflexionar sobre esa realidad, aunque dudo que lo haga. Lleva cuatro años instalado en ella. Pese a que esa política de la gresca, la descalificación y la confrontación permanente tiene un recorrido muy limitado. No solo en el corto plazo de la acción política diaria -lo comprobó el 26-M en sus resultados para UPN, 15 escaños de 50, tras cuatro de años de acoso incesante a Barkos-, sino también en el medio plazo, donde cada vez le lleva a un extremo nada interesante política y socialmente. Allí donde más solo se está. Esparza ha perdido el camino del acuerdo y se autoaislado en la Cámara -basta ver su penosa negociación para la presidencia de las comisiones parlamentarias-, enarbolando una palabrería que en muchas ocasiones pasa a lo faltón. Si quiere jugar un papel efectivo en la política navarra hoy debería revisar su vocabulario y la forma de afrontar el papel de Navarra Suma en la oposición. Y también reflexionar sobre una UPN encerrada en el frente de Navarra Suma, donde sus socios de PP y Ciudadanos miran a Madrid antes que a Navarra.