este lunes y martes reúne Felipe VI a los líderes de los partidos presentes en el Congreso para analizar las posibilidades de poner en marcha una investidura que evite una nueva repetición electoral. No sé si queda aún alguna carta por jugar en estas horas o algún conejo por sacar de la chistera, pero no lo parece. El Pleno del Congreso del pasado jueves fue una prueba objetiva del estado de inutilidad en el que se ha instalado la política española. Convocado para que Sánchez diera alguna explicación sobre lo ocurrido en los dos últimas cumbres de la UE, no hubo una referencia mínimamente aceptable a ello. Ni a ello ni a la llegada del brexit o a la incertidumbre que parece cernirse los próximos meses sobre la economía europea. Tampoco a los problemas más graves que afectan a los ciudadanos y ciudadanas, no sólo el problema territorial en Catalunya o la falta de financiación autonómica que lastra a la mayoría de las comunidades, sino tampoco a los graves problemas, sociales, financieros y laborales que afectan al Estado y llevan años abandonados a su suerte pendientes de soluciones. Solo un burdo intercambio de ataques y réplicas, acusaciones y reproches en el mal tono habitual de Casado y Rivera y con los argumentos de siempre, desde el comodín de ETA al 155 o, ahora que está de moda, también Navarra. Todo un compendio de inutilidades. Y entre medio, el intercambio de nada entre Sánchez e Iglesias. La misma absoluta nada que ha sido la negociación entre PSOE y Unidas Podemos estos meses. Que sean el PNV o ERC los partidos que más templanza y cordura estén llevando al debate político en Madrid lo dice todo. Si hay elecciones en noviembre -las cuartas desde 2015- será una frivolidad democrática más de una generación de líderes que está dejando un pobre rastro en la historia de la política reciente. Ni Sánchez, ni Iglesias, ni Casado ni Rivera parecen estar preparados para asumir la responsabilidad de dirigir un Gobierno y presidir un Estado. Y, de hecho, al margen de las encuestas -que si ya son de más que dudosa eficacia en un estado de normalidad lo son aún más en este de inestabilidad- no hay un resultado claro para el 10-N. Quizá los cálculos electoralistas de Sánchez no sean los que le dicen que podían ser y la situación el 11-N quede igual de paralizada que ahora, si no más confusa y enmarañada. De hecho, el recurso electoral al miedo a la derecha que utilizó Sánchez en abril para movilizar el voto al PSOE ya no será eficaz tras el desastre de estos meses protagonizado por las izquierdas. Tendrá que cambiar de argumento y quizá entonces el remedio acabe siendo peor que la enfermedad actual. Si no han sido capaces de aportar soluciones hasta ahora, difícil parece que estos liderazgos puedan abordar los problemas reales de la sociedad tras otros comicios después de cuatro años de inestabilidad institucional y bloqueo político. Quizá por ello tratan de eludir sus responsabilidades personales enviando a los ciudadanos una y otra vez a las urnas con la esperanza de que alguna vez suene la flauta y deshagan el enredo del que han sido incapaces de salir con diálogo, honestidad y acuerdos. Lo dicho, una frivolidad democrática con resultado incierto, pero mucho riesgo. Desconfianza y aburrimiento en la sociedad. Quedan solo 48 horas. Y Sánchez está jugando al límite como ganador, un escenario en el que a a veces también se pierde.