La irrupción de la ultraderecha en la política española, ya con 52 escaños en el Congreso, es una mala noticia para la democracia y sus instituciones. Ha enfangado aún más un discurso político que ya estaba muy enfangado tras la pérdida del poder por parte del PP en Madrid y de UPN en Navarra. Y sobre todo, ha contribuido a endurecer el tono de bronca del discurso político conservador hacia posiciones extremistas. Una dura competencia por apropiarse de cualquier símbolo político -el Rey, la Constitución, la democracia en la que no cree o creen poco, la bandera, etcétera, lo que siempre ha hecho UPN en Navarra-, y por ver qué dirigente de las derechas dice la boutade más burda, gruesa o soez. Un pozo de desmesura sin fin en el que tanto el PP como UPN han quedado atrapados. Su error fue iniciar esa deriva hacia posiciones extremas, primero para competir con la dureza mediática de Ciudadanos y ahora para competir con Vox. Un intento baldío. Será la ultraderecha el principal beneficiario de esa deriva exaltada y extravagante. Le están abonando el camino para seguir creciendo. El líder del PP en la CAV, Alfonso Alonso, ha lanzado una primera advertencia a Casado: hay que recuperar el PP “de la concordia, no el de la bronca”. Más allá de que tenga mucho de postureo en los medios, en este escenario de confrontación permanente tiene sentido lo que dice Alonso. La derecha ha perdido el poder, Sánchez es ya presidente, tiene una mayoría ajustada, pero mayoría y el Gobierno de coalición con Unidas Podemos echará a andar la próxima semana. Es lo que tiene la democracia, que las decisiones las toman los ciudadanos y ciudadanas desde la libertad política. Aunque a la derecha eso nunca le ha acabado de gustar y menos de convencer. Siguen anquilosados en una idea patrimonial del poder y ven a la democracia como una molestia utilitarista que solo les vale si ganan ellos. Pero para ser alternativa de futuro, además del ejercicio de la oposición y combatir políticamente al adversario, es necesario también tener capacidad de diálogo y de entendimiento. En Navarra, UPN y su coalición de derechas camina hacia su segunda Legislatura en la oposición. Han pasado cuatro años en el monte de la bronca, el enfrentamiento y la mentira como sus únicos argumentos políticos. En mayo de 2019, ese camino se saldó con otro fracaso. Y siguen igual o aún peor ahora. Las intervenciones de Sayas y García Adanero en la sesión de investidura de Sánchez habrán contentado a sus hooligans más exaltados, pero han trasladado a todo el Estado una imagen penosa de Navarra y de los navarros y navarras. La utilización maníquea y falsa del traspaso de Tráfico a la Policía Foral para montar otra bronca en el Parlamento de Navarra es otro paso más en ese camino hacia el enfado infantil permanente. Poner en duda la legitimidad democrática de la presidenta Chivite y del Gobierno de Navarra es un insulto a la voluntad política de los navarros y navarras inaceptable. E inútil. No estaría mal que hubiera también alguna voz en UPN que reflexionara en alto sobre esa estrategia de oposición frontal, que muchas veces incluye asuntos claves para los intereses generales de Navarra. Pero el camino parece ser otro, buscar el aplauso y las palmaditas en la espalda de la ultraderecha en Madrid. A las órdenes de Abascal y sus huestes. Una trinchera en la que no está la mayoría de la sociedad navarra.