el periodo sabático de Albert Rivera ha durado poco. Desaparecido de la escena pública desde el 11 de noviembre, el día después de su batacazo electoral, ya se sabe cual va a ser su futuro: un renombrado despacho de abogados madrileño para hacer caja como asesor y ultimar su fichaje por una agencia de conferenciantes - en cuya nómina están los cuatro últimos presidentes de Gobierno -que le reportaran jugosos contratos por unos minutos de charleta ante auditorios selectos. Rivera ha demostrado ser de esos políticos de recorrido corto, argumentarios de manual norteamericano del siglo pasado y frases hechas topiconas para evitar meterse en el fondo de los problemas. Con escaso bagaje ideológico y profesional, y un neoliberalismo rampante, pretendió abanderar la nueva derecha desde el espacio naranja tras su éxito en Catalunya pero su aquiescencia a los pactos y a compartir la estrategia con la ultraderecha de Vox hundieron a Ciudadanos en las últimas elecciones, que perdió 2,3 millones de votos y 47 de sus 57 escaños. En plena batalla interna por el control de su expartido, reaparece para dejar atrás sus mensajes de Juntos podemos y El cambio sensato, títulos de sus libros y guiños a su pasado de éxito, para presentar el nuevo, Un ciudadano libre, en el que rompe sus ataduras políticas para dedicarse a hacer caja. Muy humano. Y muy de Rivera.