ás vale que nos endosaron otro rey. Qué habría sido del populacho si Felipe VI no hubiera comparecido en nuestros televisores al quinto día del estado de alarma por la pandemia del coronavirus para darnos ánimos y apelar a la conciencia cívica, cuando esta monarquía parlamentaria sumaba más de medio millar de muertos y 15.000 contagios. Un discurso tardío y vacío, repleto de tópicos y finiquitado en siete minutos con la artificiosidad de quien vive de la liturgia, del mero simbolismo. Qué se puede esperar de un individuo que pide solidaridad a quienes le sostienen con sus impuestos y ahora afrontan un severo confinamiento mientras él puede pasearse a sus anchas por el Palacio de la Zarzuela, con su zona deportiva y su helipuerto. Y qué empatía cabe en alguien nacido príncipe con corona asegurada, que nunca temió al paro ni a las regulaciones de empleo, que jamás sufrirá para pagar la hipoteca o el alquiler ni para que sus hijas coman caliente. Por lo demás, vaya soberano desparpajo el de este sujeto para aparecerse como si nada ante sus súbditos, escandalizados por los chanchullos del padre que lo designó, después de que él se limitara a renunciar a una herencia económica que aún no puede recibir, no como el trono que disfruta. Jaque al rey pero ya.