e veían con suerte como indican los prospectos: desayuno, comida y cena. Decretado el estado de alarma, de tanto coincidir en cada estancia de la casa, han redescubierto al cotitular de la vivienda. A menudo para bien, afianzando los sentimientos que aguardaban dentro e incluso con ganas redobladas de procrear vista la muerte circundante en estos tiempos de pandemia. Pero en no pocas ocasiones para ratificar la sensación de vivir con un absoluto desconocido, cuya existencia cotidiana discurre ya en paralelo cuando no en perpendicular. Así que se prevé una lamentable epidemia de separaciones entre las parejas enclaustradas, al igual que en China al levantarse el confinamiento. Luego están como contrapunto las parejas que han quedado aisladas entre sí y que subliman su amor precisamente por efecto de la distancia, cierto que enjugada por medios telemáticos. Lo mismo que ocurre con los recientes noviazgos abruptamente interrumpidos por el coronavirus, con ese idilio efervescente en cuarentena a la espera de consumar la pasión. Finalmente tenemos a los singles, los grandes beneficiados de este encierro responsable en el que las páginas de contactos echan humo y se disparan en las redes sociales las oportunidades de entablar nuevas relaciones o de recuperar otras viejas que quedaron en el tintero. La letra grande de este amor confinado, en algunos casos a la postre finado y en otros confitado, esta vez de puro acaramelamiento.