oco a poco estamos compaginando la convivencia con la pandemia del covid-19 con mayores espacios de movilidad y de encuentro y vida social. Nada parece definitivo. Costará seguir avanzando. Han sido y lo son todavía días duros emocionalmente. También lo están siendo ya laboralmente para muchos. Se trata de avanzar en este espacio nebuloso. De aceptar las normas y buscar cómo las hacemos lo más humanas y llevaderas posibles. Supongo -y creo que así es- que los pasos se fundamentan en criterios técnicos de quienes tienen conocimientos sobre la realidad de la pandemia y su evolución. Y supongo también que con esa información son los responsables políticos quienes toman las decisiones. Está bien apelar a la responsabilidad y prudencia personales, pero la responsabilidad política de quien toma las decisiones y decide cómo es la no normalidad actual es ir más allá y dejar claras las condiciones y las obligaciones. El caos e indefinición sobre el uso de mascarillas es un ejemplo. Para eso están. Más aún en una situación límite en la que sólo una apuesta honesta y valiente por los intereses generales puede hacer posible un camino de salida común. La tormenta aún está aquí. No sólo la sanitaria del covid-19. También otras tormentas más humanas y seguramente con mayor peligro. No merece la pena hacer el imbécil. Ni dejarse convencer por los imbéciles. La imbecilidad es un estado social peligroso. El virus de la imbecilidad estaba aquí mucho antes del covid-19 -basta repasar los episodios de la historia humana-, y desgraciadamente seguirá después. No hay vacuna contra la imbecilidad. Este confinamiento y esta crisis sanitaria y social ha puesto blanco sobre negro su capacidad de destrucción social. En la vieja normalidad estaba aquí, pero pasaba más desapercibida. Y aunque sean pocos, su alcance para generar confusión es muy alta. La imbecilidad no es una cuestión de ideologías, género, religión, etnia, clase social o cualificación académica o profesional. Y tiene una capacidad de desarrollar mutaciones propias: el machismo, la xenofobia, la ignorancia, el fanatismo, el boronismo, la fanfarronería, el joder por sistema, la grosería, la corrupción, el desprecio... Un cóctel social y político explosivo. Presenta dos síntomas claros. La falta de educación. No hay mala o buena educación, simplemente se tiene o no. Esos pequeños valores que hacen a cada humano afrontar esta vida como humanos. Y que el imbécil se considera sujeto exclusivo de todo tipo de derechos mientras el resto carece del más mínimo de ellos. El viernes DIARIO DE NOTICIAS publicó una entrevista con las dos responsables de Hospitalización a Domicilio en la que lo explicaban, desde sus propias vivencias personales y profesionales, mejor que cualquiera de estas líneas. "Lo que hemos vivido ha sido horrible. No se confíen y protéjanse". María Ruiz Castellano y Ana Mariñelarena saben de lo que hablan. Este servicio ha llegado a atender a más de 200 pacientes algunos días. Los pequeños espacios de libertades civiles recuperados son muy importantes. El derecho a la supervivencia lo es más. La imbecilidad individual o colectiva no. Hoy hay una convocatoria para despedir los aplausos de homenaje desde ventanas y balcones. Ha merecido la pena, creo, ese pequeño gesto. Una de esas cosas que hacen a los seres humanos un poco menos pequeños de lo que somos en este infinito Universo.