uando el sonido de los carros de la compra sustituyó al rodar de las maletas por las calles entramos de lleno y sin darnos cuenta en el estado de alarma, un tiempo tan nuevo como desconocido e irrepetible. Tres meses han pasado desde entonces. Días de silencio, de recogimiento, de valorar lo que somos, de primar la salud por encima de todo, de agradecer; tiempo de confinarse y de recuperar poco a poco las sensaciones cotidianas mermadas tras el encierro. Tiempo pasado sin ser del todo conscientes del presente, un presente duro en muchos momentos. Siempre con la vista puesta en el futuro, en la siguiente fase, en esa que ahora llega con nuevo nombre para tratar de definir lo que será nuestra vida cotidiana. La nueva normalidad recupera el sonido de las maletas, la movilidad, los viajes, la acción. Nos devuelve el ritmo y el tiempo y tendremos que gestionarlo. Volveremos a la vida que teníamos, pero no creo que sea igual. No somos las mismas. Hemos cambiado. Sabemos lo que nos hace falta de verdad. Ya no hay espacio para lo superfluo, lo prescindible, lo accesorio. En este nuevo viaje moverse no es lo importante y más que nunca hay que llenar la maleta de lo esencial, lo que nos da vida: la salud. Es momento de solidaridad, de empatía, de responsabilidad y de prudencia. El virus que nos paró y nos distanció sigue en el aire, se acaba la alarma pero seguimos en alerta.