ésar Cervera acaba de publicar un interesante libro, Los Borbones y sus locuras, en el que refleja que Felipe V sufrió síndrome bipolar; Fernando VI acabó en un oscuro castillo comiéndose sus heces; Carlos III solo era feliz entre perros, caballos y escopetas; Carlos IV se quedó sin blanca en pocos años y Fernando VII vendió a sus padres, traicionó a sus hermanos y legó a su hija una ristra de guerras. Y menos mal que el repaso a la saga acaba en Alfonso XIII porque con estos antecedentes uno se echa a temblar si sigue hasta el penúltimo de los reinantes. No es menester criticar aquí las posibles locuras de Juan Carlos, mentales o del corazón, pero sí las corruptelas y desfachateces del ex jefe del Estado en el ejercicio de su cargo -y posteriormente- que se emergen un día sí y otro también. El emérito es como una estrella de la música que tuvo un gran éxito hace décadas y luego se echó a la bartola a vivir de ese éxito. De monarca con escasa dedicación pasó a comisionista, bon vivant sin escrúpulos, titular de cuentas en Suiza y paraísos fiscales con testaferros y en el punto de mira de la justicia. Y quien sabe si pronto lo veremos en el banquillo o exiliado. Ahora se adivina que su abdicación no fue voluntaria ni espontánea. Su rubia examante asegura que es adicto al dinero y a los regalos suntuosos y que en La Zarzuela tenía una máquina de contar billetes que le llegaban en maletas vía aeropuerto militar de Torrejón. Esta locura por el parné acabará de hundir su escaso prestigio. Si es que algo le quedaba.