os abuelos y las abuelas ya existían antes de la pandemia. Antes de que el coronavirus se cebara con ellos y provocara una masacre tan silenciosa como atroz. Antes de que nos echáramos las manos a la cabeza al tener noticias de lo que estaba ocurriendo en algunas residencias. Antes de que ya no hubiera última visita, última llamada o última despedida. Antes de las lamentaciones. Ayer, el Día Internacional de los Abuelos tuvo algo más de relevancia porque políticos y oportunistas (si podemos separar ambos conceptos) trataron de colocar su frase de tributo a los miles y miles que han muerto y ponían énfasis en destacar su aportación abnegada y desinteresada a sus familias y a la sociedad. Pero los abuelos y las abuelas ya existían cuando la anterior crisis obligó a mantener con una pensión corta a hijos sin empleo y sin ingresos. Cuando el horario de trabajo de la pareja requería llevar y traer a los pequeños del colegio y de las extraescolares, darles de comer y entretenerles. Cuando los avatares de la vida en forma de divorcio o separación obligaban a un regreso imprevisto a casa. Los abuelos y abuelas han dado mucho y quizá no han recibido todo (apoyo, compañía, cariño) lo que merecían. Tampoco por parte de políticos oportunistas (ahora sí) que hacían oídos sordos a sus reclamaciones en las calles. Ahora se extreman las medidas en el ámbito familiar para protegerles del virus; mientras, la siguiente generación esperamos habernos contagiado de su ejemplo y de sus valores.