a autoexclusión del diálogo político y de la búsqueda de acuerdos institucionales parece ser la estrategia en la que permanece instalada UPN -y ahora Navarra Suma-, desde que perdiera en las urnas democráticas el poder en 2015 y nuevamente en 2019. No son episodios aislados de desacuerdoss políticos o ideológicos en el ejercicio de la política, es una forma consciente de situarse en el concierto institucional. Supongo que entienden, en su reflexión, que ese autoaislamiento permanente les beneficiará antes o después, aunque hasta ahora el resultado haya sido más bien el contrario. Su influencia es cada vez más residual en la política. En el Congreso se han quedado en ningún sitio y sin papel político alguno Sayas y García Adanero. Y en Navarra, más de lo mismo, ya sea en las políticas presupuestarias, en el diseño de las apuestas socioeconómicas de reactivación, en la gestión de la crisis sanitaria y ahora también en el plan de debate y diálogo que ha puesto en marcha el Gobierno de Chivite en el ámbito de la convivencia. Apenas 10 días después de conformase ese foro institucional con participación política y social diversa y plural, Navarra Suma anunció su espantada. UPN ha basado gran parte de su discurso histórico en la exclusión de aquellos navarros cuyas ideas no le gustan, en la división en buenos y malos navarros en función de sus propios intereses partidistas y en el señalamiento de quienes no consideran acordes con su visión pequeña y vieja de Navarra. No le ha ido bien, pero sigue instalado en la exclusión como estrategia. Sólo que ahora se la aplica a sí mismo en un círculo absurdo de autoaislamiento político que le debilita cada vez más en una sociedad navarra cambiante en este convulso siglo XXI. Ya lo escribí hace unos meses: La Mesa por la Convivencia creada en el Parlamento de Navarra confirma el compromiso de la inmensa mayoría de la sociedad y de la política navarras con la búsqueda de un acuerdo político y ético de rechazo y condena de la violencia, de solidaridad con las víctimas, de reparación del daño causado y de avance hacia un consenso ético. Pero UPN y Navarra Suma siguen instalados en la diferenciación de las víctimas: víctimas de primera y víctimas de segunda. Las primeras con derecho a reconocimiento, memoria y reparación y las segundas, sin derecho alguno. Otra vez la política de la exclusión. Se busca consensuar un acuerdo honesto en el que la verdad y la memoria justa se impongan al odio y a la utilización política y electoral de unas u otras víctimas que marque en el futuro conceptos democráticos como justicia, memoria, dignidad, reparación y reconocimiento. Y UPN debería estar en él o al menos participar en el debate y formar parte del proceso de diálogo. Ni el no a todo ni la queja permanente aportan nada al interés general de la actividad política. No es imprescindible, pero debería verse a sí misma como una organización necesaria para ello.