usto cuando el conjunto del Estado -y es cierto que en esto Navarra ha sido la primera en mover piezas- se encamina a un endurecimiento de las medidas de restricción social para paliar la extensión del coronavirus. Justo el día en que el Gobierno central aprueba en el Consejo de Ministros el proyecto de Presupuestos para 2021, con unos contenidos que -presentados por Sánchez e Iglesias- buscan impulsar un nuevo modelo social y económico y poner fin a la austeridad y los recortes como fórmula para afrontar los problemas de este presente convulso del siglo XXI. Justo cuando ocurre todo ello de una incuestionable trascendencia ciudadana y democrática, la noticia estrella es la organización de una juerga de las elites de Madrid para conmemorar los cinco años del nacimiento del digital conservador El Español bajo la batuta del cansino Pedro J. Una cena-sarao al que asistieron unas 150 personas nada más decretarse el estado de alarma, que como no puede ser menos los asistentes se pasaron por donde quiso cada uno. Un selecto grupo de invitados para más honra sumisa al periodista que se ha inventado todo tipo de noticias, ha dirigido indignas campañas de manipulación e intoxicación social y dio cobertura mediática a la teoría que defendía que la masacre islamista del 11-M de 2004 fue en realidad una conspiración conjunta de los servicios secretos de Marruecos, la Policía de Rubalcaba y ETA. Allí se reunieron empresarios del Ibex 35, periodistas, políticos y banqueros. Estaba Florentino Pérez, en realidad el capo económico de ese medio digital, junto a Pablo Casado, Inés Arrimadas, el alcalde de Madrid Martínez Almeida, también del PP, y lo que aún es más inexplicable cuatro ministros del Gobierno de Sánchez, incluido el ministro de Sanidad, Salvador Illa. Muchos eran los mismos que llevan días exigiendo prudencia y responsabilidad social a los ciudadanos, restringiendo libertades individuales y cerrando la actividad laboral de importantes sectores, lo que no les impide saltarse su propio discurso y exigencias y reunirse a cenar, muchos sin respetar las distancias de seguridad y sin llevar mascarillas o portándolas de mala manera. Incluso aunque se hubieran cumplido las normas, algo que las imágenes difundidas por los propios asistentes y el propio Pedro J. ponen en duda, el error político debiera conllevar la asunción de responsabilidades. Las mismas que se aplican al resto de ciudadanos. Al menos Illa reconoce a toro pasado que los ciudadanos que han inundado de indignación las redes sociales tienen razón. La mayoría ni eso. No voy a caer en la crítica fácil de generalizar y señalar el ejercicio de la política como el mal origen de todos los males. El discurso de la antipolítica es, como ha sido siempre, un ejercicio de autoritarismo y una puerta abierta a la desafección de la democracia. Hay, como en todo, políticos buenos, malos y regulares, pero la presencia en el botellón de Pedro J. de cuatro ministros es una tremenda metedura de pata. Una infausta fiesta que demostró el lejano planeta en que viven las elites, de espaldas a la realidad de la sociedad a la que pertenecen y a la que aspiran a controlar en todos los ámbitos posibles. La juerga es una imagen del compendio de los males que asuelan al Estado español en este momento histórico.