s probable que el nombre de József Szájer, a botepronto, no les suene. Pero si concretamos que es el protagonista de la denominada euroorgía de Bruselas, el eurodiputado húngaro cristiano y tradicional de día y adicto a las bacanales gay de noche igual hasta le ponen cara. No es que se escandalice uno porque un político -del signo que sea- disfrute de su sexualidad cómo y con quien quiera en el ejercicio de su libertad. Ni de que sea pillado semidesnudo en un antro del centro de Bruselas en plena pandemia. Y sea cual sea su opción sexual y numeral en la cama, siempre dentro de la más estricta tolerancia y respeto. Pero las neuronas se me empiezan a despendolar cuando se trata de un líder del partido ultraconservador y homófobo Fidesz y uno de los padres de la Constitución húngara, represiva con las minorías y especialmente hostil con el colectivo LGTBI, y que impuso al país magiar en 2011 para escarnio de las democracias occidentales. El escándalo ha puesto de relieve la hipocresía e incoherencia de un político -por cierto padre y casado con una juez del Constitucional que intenta desde su puesto mitigar las tropelías jurídicas y democráticas de su marido y colegas- acostumbrado como tantos otros a utilizar las dos varas de medir. Ahora quiere recuperar su puesto de profesor, algo que con estos antecedentes probablemente la legislación que ayudó a imponer ahora se lo prohiba. Seguro que añora la libertad de Bruselas.