ay realidades a las que nos acercamos de lejos siempre que no nos afecten de cerca; las miramos con distancia, sin darnos cuenta de lo que realmente implican y de lo importante que es acercarnos para entender y aceptar. Esas situaciones de la vida que observamos desde la comodidad de saber que es algo que les pasa otros, pero que casi siempre acaban ocurriendo cerca. El pasado 7 de febrero, aquí al lado, se produjo una agresión a un niño de once años por su condición trans cuando el pequeño se encontraba con un grupo de amigos en Sarriguren. Otros cuatro menores se acercaron a él, le tiraron al suelo y le dieron golpes y patadas mientras le insultaban. La familia decidió poner una denuncia, por un delito de lesiones y otro de odio, para visibilizar una realidad que no siempre se ve. Desde entonces el menor tiene miedo a salir a la calle. Si toda agresión es dura y denunciable, esta lo es más, por el hecho de ser un menor agredido por otros menores por su condición de trans. No es una persona diferente, es una persona, un niño que seguramente ha tenido que madurar antes de tiempo y sufrir más que otros de su edad y que no se merece tener que vivir con miedo. Y ese miedo si es responsabilidad de todos y todas, de la sociedad, de las instituciones y de la escuela y el sistema educativo. La agresión nos ha puesto delante la intransigencia que todavía existe. Hacen falta leyes que regulen y protejan, y en eso Navarra va por delante, pero sobre todo educación y sensibilización para que entre todos cale el respeto hacia la diversidad.