as elecciones de Madrid han degenerado en un pollo permanente. Se veía venir. Todo es raro desde el comienzo. El intento de PSOE y Ciudadanos de aplicar una moción de censura a Ayuso. La decisión de ella de disolver la Asamblea de Madrid y adelantar las elecciones al mismo tiempo que el PP lanzaba una ofensiva para echar a Ciudadanos del escenario político a cambio de asumir en sus filas a los tránsfugas. La salida de Iglesias del Gobierno de Sánchez para liderar la lista de Podemos. La posibilidad de que Más Madrid pueda sobrepasar al PSOE de Gabilondo. Y la necesidad de contar con Vox para sumar más que la unión de las izquierdas, para lo que es necesario que la ultraderecha supere el 5% de los votos. Un cóctel explosivo que solo podía estallar de la mano incendiaria de Abascal, Monasterio y sus acólitos, de la mano de una prensa de orden y reaccionaria predispuesta a una guerra sin cuartel para tratar de retener a Ayuso en la presidencia. Si la campaña ya apuntaba a nervios y a estrategias de confrontación y polarización, el paso de los días no solo lo ha confirmado, sino que ha ido superando los niveles de tensión de una semana a otra. Sin apenas ideas ni propuestas, tan solo montar el pollo como estrategia de atención mediática, tanto Ayuso como el PP han tratado de situar el foco en el esencialismo ideológico más conservador. Y silenciar así a quienes sí plantean ideas y propuestas. Un clásico. Mientras que la izquierda ha tenido que ir readaptando su estrategia inicial conforme aumentaba el tono y el contenido de los ataques a sus líderes. En realidad. Madrid solo está mostrando la imagen de un deterioro político que se estaba fraguando desde hace años en el Estado más profundo, cuando se alimentó y blanqueó la irrupción de la ultraderecha para equiparar sus discursos y sus acciones provocadoras a una supuesta normalidad democrática. Años en que se han lanzado consignas e informaciones basura falsas constantemente contra el Gobierno de Sánchez y contra los partidos que le apoyan en el Congreso para cuestionar su legitimidad democrática. Y de eso se sigue tratando también esta campaña: de cuestionar los resultados democráticos de las urnas. Se atacaba a Sánchez y a Iglesias, pero también se estaba atacando a la misma democracia y a sus valores y credibilidad política e institucional. Las amenazas a ministros y líderes políticos son una consecuencia más de esa deriva antidemocrática que ha anidado en poderosas estructuras de poder en Madrid y que también se ha extendido a instituciones claves del Estado. No son hechos menores y no se pueden trivializar esas amenazas al adversario político. En este país lo sabemos bien. Con Catalunya como objetivo inicial, se abrieron las puertas de la condescendencia a la jauría ultra y despropósito tras despropósito se ha blanqueado y aceptado su discurso extremista y peligroso por sus tintes franquistas, nazis y fascistas que solo anuncia mensajes destructivos y políticas desestabilizadoras. Las curvas por las que circulan las derechas, incluido ese mirar para otro lado cómplice de Navarra Suma con la ultraderecha, son cada vez más peligrosas. Para todos. Y también lo serán para la Navarra real y humanista de este siglo XXI si llegan hasta aquí.