iempo de buenas noticias. Una lluvia fina que se sucede cada día desde los púlpitos políticos. Está bien. Mejor buenas noticias que seguir instalados en la sucesión de malas noticias alrededor de la pandemia del coronavirus. Tanta buena noticia suscita siempre dudas, claro. Como si fueran a ser una llamada insistente a la vuelta de las malas noticias. De momento, ese optimismo que se transmite ahora a la sociedad tiene el aval de los datos. La aceleración de la vacunación masiva es una realidad. En Navarra, ya se han inyectado las primeras dosis o se está en ello estos días a las personas mayores de 50 años, y en junio se ampliará el proceso a los que tienen entre 40 y 50 años. Los plazos previstos se están cumpliendo y eso invita sin duda al optimismo. También sigue descendido la incidencia de la cuarta ola y Navarra está en las cifras de nuevos casos más bajas en dos meses. Así, se ha reabierto la hostelería en interiores, ampliado horarios, eliminado el toque de queda y se atisba un final del uso de las mascarillas en exteriores. Simón puso como muga para este último paso estar por debajo de 150 casos por 100.000 habitantes en los últimos 14 días. Navarra ya está en menos de 190 y camina hacia ese objetivo. Han descendido los contagios un 34% en una semana y las personas ingresadas, tanto en atención hospitalaria como en UCI, un 31%. Así que los datos igualmente parecen justificar ese goteo diario de noticias positivas para animar el decaído estado anímico y el agotamiento social de la pandemia. Vale hasta ese recuerdo diario un poco tonto de que ya falta un día menos para llegar a los 100 días en que Sánchez situó la vacunación del 70% de la población y la inmunidad. Quizás incluso la presidenta Chivite anuncie hoy la próxima apertura de sociedades gastronómicas y peñas y reuniones de 10 personas. En situaciones excepcionales como es esta de la pandemia del coronavirus los mensajes y las noticias son un elemento fundamental. Sobre todo, la buenas noticias. No es la primera vez. Ha habido otras buenas noticias en medio de tantas malas noticias, tanto colectivas como individuales. Ocurre siempre. Lo malo es que hasta ahora, en este año largo con el coronavirus, las buenas noticias que han ido irrumpiendo periódicamente han terminado siempre en malas noticias y en la vuelta atrás. Y eso ha alimentado tanto la polarización política como la estupidez social. La llegada de las vacunas fue una gran buen noticia, pero le han seguido en estos cinco meses otras grandes malas noticias. También lo es ahora la posibilidad de poder prescindir de la mascarilla en el exterior en unos pocos días. Al menos lo es, si es factible y el ansia oficial de repartir buenas noticias no pone en riesgo lo avanzado y acaba siendo causa de malas noticias. Es así. De la esperanza se pasa en pocos días al desconcierto. No sé, las buenas noticias son como agua de mayo, una necesidad. Lo son siempre en realidad. Más en un presente tan confuso e incierto como el actual. Todos queremos buenas noticias, supongo. Lo contrario no tiene sentido. Pero las restricciones se quedan y hay que seguir con las medidas de prevención y con la responsabilidad individual de la precaución. No hay otra. Y aún permanecerán entre nosotros las noticias malas. Ni la pandemia del coronavirus se va a terminar en días o semanas, ni sus consecuencias humanas, laborales, sociales y económicas se van resolver de forma rápida. De esta lluvia fina de buenas noticias lo mejor es que se cumplan.