a mascarilla es ya el único obstáculo material visible que enmascara el retorno a la normalidad postpandémica tan deseada. Nuestras relaciones sociales se han llenado de nuevo de abrazos, conversaciones en las barras, bailes, reuniones sociales, reencuentros en El Sadar o en el Gayarre, citas perdidas y celebraciones pendientes. Todo ello mientras, de forma contundentemente inversa, las cifras de contagios y hospitalizados recaían hasta niveles menos preocupantes desde el punto de vista sanitario. Las ansias de recuperar la normalidad no deben hacernos olvidar el año y medio de una pandemia que cambió el mundo y que marcará un antes y un después en el comportamiento de las personas y el devenir de la humanidad. Porque no se derrotado totalmente al virus. La llegada del invierno marcará el control o descontrol de una pandemia que ya ha dejado secuelas tan importantes como el ensanchamiento del espacio de la exclusión social y la pobreza severa; una espiral de estrés en el ámbito social y personal que ha disparado la depresión y otras enfermedades mentales; y una destrucción de empleo y contracción económica históricas. Estas, y otras consecuencias sociosanitarias, son ahora las barreras que debemos derribar. Y no será ni fácil ni rápido.