an pasado seis años desde los Acuerdos de París para tratar de frenar el calentamiento del planeta Tierra, casi dos décadas desde las grandes reuniones anteriores y llega la nueva Cumbre de Glasgow. Hay avances en estos años, pero importantes dosis de inmovilidad también. No se acaban de vislumbrar hechos reales lo suficientemente efectivos como frenar la emergencia climática. En Glasgow se repite lo que ya ocurrido en las sucesivas cumbres internacionales anteriores. Postureo y declaraciones grandilocuentes. Muchas de ellas con mensajes inquietantes de amenaza apocalíptica ante lo que viene encima si no se toman las medidas imprescindibles, pero los acuerdos reales quedan muy por detrás de esos discursos. La ONU afirma que fallar en la batalla contra el cambio climático es una "sentencia de muerte". Como advertencia aterra. Otra cosa es que impedir que se falle en ese enorme reto no parece estar al alcance aún de las decisiones que se acaban tomando en estas convenciones climáticas. Por ejemplo, se acuerda limitar el calentamiento global a 1,5 grados, pero si se mantiene el ritmo actual, ese calentamiento difícilmente bajara de los 2,5. No tiene buena pinta. O basta comprobar como ni China ni Rusia han acudido a Glasgow y ya han dejado claro que los procesos de transformación de sus respectivos modelos económicos necesitan más tiempo para aplicar las medidas contra la emergencia climática que los horizontes actuales de 2030 y 2050. India sí ha participado en la Cumbre, pero su mensaje ha sido el mismo, su previsión se sitúa 20 años más allá. Y en esa misma línea están buena parte de los países en desarrollo de África, Asia, Pacífico y América Latina, muchos de ellos sometidos a una nueva colonización económica, industrial y agroalimentaria. También se enumeran medidas para cambiar el modelo económico basados en el crecimiento y la acumulación de capitales en los mercados, un paso imprescindible para frenar el deterioro medioambiental de la Tierra, y se habla de decrecimiento, economía circular, soberanía alimentaria, energías renovables o medidas contra la deforestación del planeta. Pero todas ellas tienen adversarios con una capacidad de oposición e influencia dura y poderosa. Los de la derrota permanente que siempre exigen el todo que siempre acaba en la nada y los del poder total que se valen de ese discurso inútil e inefectivo para ganar siempre el todo. Las soluciones tecnológicas existen y la capacidad científica y los medios económicos y financieros también. Es cuestión de voluntad política. Y de compromiso individual también, claro. Ya falta tiempo. Y sin embargo, las reticencias siguen siendo más poderosas que las advertencias científicas con más conocimiento y contundencia que las emotivas declaraciones de cada Cumbre. Porque frenar el cambio climático supone también poner límites al enorme negocio de la explotación medioambiental. Pero parece imponerse siempre la inquietante idea de que apechuguen quienes vengas detrás. Esto es, los hijos e hijas de hoy y sus hijos e hijas de mañana. No sé, cada vez que escribo de este asunto y luego ya de cerca asisto al debate partidista sobre ello tan solo en Navarra me invade un descorazonador escepticismo.