en los últimos años se vienen observando e incrementando conductas agresivas de los hijos hacia los padres. Hay niños y adolescentes que causan tratos vejatorios a sus progenitores; coloquialmente se habla de hijos tiranos o del Síndrome del Emperador. Este fenómeno va cobrando especial relevancia hasta el punto de llegar a 6.500 casos de denuncias al año en los juzgados de menores de Madrid. Como este artículo va dirigido especialmente a las familias que padecen tales conductas y que no suelen tener un soporte teórico y práctico para abordar el problema, nos permitimos citar dos obras de dos eminentes psicólogos: Los hijos tiranos. El Síndrome del Emperador, de Vicente Garrido y El pequeño dictador, de Javier Urra.

El Síndrome del Emperador es definido por los autores como una profunda ausencia de conciencia y un comportamiento orientado a explotar y abusar de sus progenitores. El perfil característico es el de un varón de clase no marginal que abusa de sus padres mediante amenazas o violencia tanto psíquica como física.

Además de las componentes genéticos, diferentes en cada persona, es de suma importancia el entorno familiar en el que se adquieren patrones de conducta. La privación de apego y el vínculo emocional entre el niño y la madre facilita la aparición de una personalidad insensible de emociones, fría, comportamientos violentos, incluso trastornos de psicopatía.

La evolución de la educación puede darnos una clave para interpretar el fenómeno: se ha superado el modelo militar de la letra con sangre entra, pero a veces se ha caído en una educación casi carente de normas bajo la justificación de no limitar la creatividad, la espontaneidad o herir su autoestima. En este nuevo modelo educativo, los padres, sobre todo la madre, pasan a obedecer a los hijos. La permisibilidad no dará un hijo violento, sino caprichoso e irresponsable. Hay padres que renuncian a las normas y límites ya que resulta más cómodo dejar hacer que discutir constructivamente. Las consecuencias son funestas: se generan conductas egocéntricas , hedonistas, carentes de empatía e inteligencia emocional, con nula resistencia a la frustración, echando la culpa a los demás de la misma, y con una bajísima capacidad de adaptación. Estos niños se acostumbran a actuar en función del capricho, sin autocontrol ni autodisciplina. Si desde pequeños se habitúan a salirse siempre con la suya, en la adolescencia no dudan en insultar, chantajear, gritar, incluso agredir, convirtiéndose en adultos autoritarios e intolerantes.

¿Se puede prevenir el Síndrome del Emperador? El psicólogo forense Javier Urra ve necesario exigir obligaciones desde la tierna infancia, marcar las fronteras de lo inadmisible e innegociable, inducir a la resolución de conflictos y mostrar empatía hacia los demás: “Si tienes un hijo pequeño que hace lo que quiere, que piensa que todos a su alrededor son unos satélites, que jamás se pone en el lugar del otro, aprende que la vida es así y la madre una bayeta que sirve para ir detrás de él. Si eso no se frena, cuando tiene 16-17 años se desborda, exige mucho dinero y cuando un día la madre dice no, no lo tolera. Lleva 17 años oyendo que sí a todo?”.

Por su parte el doctor Garrido hace hincapié en las técnicas de autocontrol de la conducta. Ve como algo negativo la pretensión de satisfacer los deseos de forma inmediata, el tratar de vivir muy deprisa sin responsabilidades y obteniendo metas a cualquier precio. Debe atenderse a la formación de la conciencia, de la responsabilidad y del código moral para saber lo que está bien o se puede hacer, o lo que no. Hay pautas de conducta dirigidas a los padres acerca de cómo deben tratar a los pequeños emperadores. Primero, deben clasificarse las principales áreas de conflicto del niño, de más a menos importante: ¿Qué quitarían o añadirían a la conducta filial para mejorar su comportamiento? Luego, deberían encontrar los errores que han trasmitido en ese hijo para remediar en lo posible y, finalmente, administrar con cuidado los posibles premios o castigos empleados con la finalidad de mejorar la conducta. Los padres deben buscar unos patrones similares para evitar diferencias de criterios, o el que uno sea muy duro y el otro muy blando o permisivo. A estos hijos no les causa efecto positivo la repetición excesiva de los mismos y cansinos mensajes del tipo pórtate bien. Si se espera el esfuerzo de los hijos, no deben prodigarse los regalos o caprichos pues se forman niños consentidos y sin fuerza de voluntad; la voluntad es la fuerza esencial en el proceso educativo.

Finalmente es importante convencer a los padres de que ellos solos no pueden vencer al Síndrome del Emperador, sino que necesitan tratamiento psicológico en centros y profesionales especializados, incluso medicación, en los casos más severos, para controlar y frenar la impulsividad y agresividad.

La autora es licenciada en Psicología y Criminología