eliminar la Transitoria Cuarta supondría eliminar la voz del pueblo navarro en una decisión vital. Porque esta disposición constitucional garantiza que cualquier decisión necesitará el apoyo del pueblo navarro. Esta categórica idea no es de un peligroso nacionalista vasco. No. Es una idea de Jaime Ignacio del Burgo, ponente constitucional, ideólogo de la Transitoria Cuarta, expresidente navarro, miembro de UCD y luego del PP. El mismo PP de Beltrán y Casado que ahora, ante una hipotética reforma de la Constitución, plantea eliminar la Transitoria Cuarta.

En esa pretensión, lo más rancio del centralismo español se ha encontrado con el apoyo furibundo de UPN. ¿Contradictorio para un partido que trata de presentarse como adalid del autogobierno y de la foralidad navarra? No: UPN no dice hoy nada que no dijera hace 40 años. Hagamos memoria.

Promovida por Jesús Aizpún, UPN nació contra la Constitución -como escisión de UCD y agrupando a los rescoldos del franquismo que quedaban en Alianza Foral-; y lo hizo precisamente porque la Constitución incluía dicha Disposición Transitoria. Pero aquella disposición había sido puesta no por el nacionalismo vasco, sino por el nacionalismo centralista de UCD (con Del Burgo a la cabeza), que temía una unión “a 4” de los territorios forales: la actual Navarra y lo que hoy es la CAV. Y sí: Araba, Bizkaia y Gipuzkoa forman hoy la CAV. Pero en aquel entonces, por la Disposición Adicional Primera, Navarra y esos 3 territorios tenían reconocidos unos derechos históricos que les permitían decidir qué fórmula de federación adoptarían en el futuro Estado de las Autonomías. Un reconocimiento que incluía, además, algo clave: la bilateralidad en las relaciones con el Estado.

¿Por qué el nacionalismo español introdujo la Transitoria Cuarta en la Constitución? Porque quería dificultar aquella unión a 4 que parecía contentar a la mayoría social de la Navarra de entonces: a los socialistas y comunistas navarros que apoyaban la Constitución, integrados en el PSE y PCE vascos (de Euskadi); a toda la izquierda revolucionaria de la época; al carlismo progresista; y, por supuesto, al nacionalismo navarro y a la izquierda abertzale. Además, el temor en aquella derecha nacionalista española crecía al bajar a los 18 años la mayoría de edad.

Unos meses más tarde, las primeras elecciones municipales llenaron los balcones consistoriales navarros de ikurriñas, unos años antes de existir la CAV y el Estatuto de Gernika. Porque, en aquella época (1978), el “vasquismo” era -como 100 años atrás- una postura políticocultural transversal que no era estrictamente nacionalista. Fue en ese escenario en el que la derecha impulsó, bajo el liderazgo de Del Burgo, aquella Transitoria Cuarta. Era una disposición que se planteaba como un proceso democrático y pero de complicado mecanismo (parlamento + referéndum + parlamento), que intentaría blindar una Navarra “a solas” si una mayoría política en las instituciones navarras trataba de formar una autonomía con los otros 3 territorios forales: Araba, Bizkaia y Gipuzkoa.

Esa Transitoria no gustaba a aquella mayoría social de la izquierda vasquista y el nacionalismo, al añadir a Navarra una “singularidad” consistente en tener una dificultad más que el resto de provincias. Pero, por la paz y el consenso, un avemaría: unos dijeron “ya llegaremos a usarla”, otros pensaron “la cosa, de momento, la salvamos así”. El dilema acabó mirándose bajo el prisma de “lo democrático”; aquello de “no imponer, no impedir”. Y se añadió al texto constitucional aquella disposición Transitoria Cuarta, escrita previamente y por separado, que había sido estudiada al milímetro por aquellos aspirantes al consenso.

Fuera del consenso se quedaron los más duros de UCD, que fundaron UPN junto al postfranquismo bunkeriano de Alianza Foral. Se posicionaron contra aquella Constitución del 78, de la que escribían que “no concede al pueblo participación suficiente ni equitativa”, “no defiende los valores morales supremos” y “traiciona nuestro régimen foral que pasa a ser una carta en el juego de un único referéndum para la integración en Euzkadi”. Aquella UPN, frente al tan democrático “no imponer, no impedir”, apostaban por “imponer e impedir”: imponer su manera de vivir la navarridad para -tal y como llegó a decir años después Miguel Sanz- impedir que “si el día de mañana los navarros se vuelven locos, pueden mandar al traste la identidad del viejo Reyno”.

Y es desde esa posición de búnker, de salvaguardia de las esencias del foralcatolicismo, desde ese “impedir e imponer”, desde lo que nació UPN contra la Constitución y la Transitoria Cuarta. Han pasado 40 años, y hoy Javier Esparza toma el relevo de aquellos para agitar de nuevo los fantasmas identitarios.

¿Nada incoherente? No con su pasado y su motivo fundacional; pero, y lo veremos en una segunda parte, profundamente contrario a la imagen que UPN pretende dar de partido foralista, partidario del autogobierno y repartidor de carnets de demócratas.

(Continuará).

Los autores son miembros de Zabaltzen, asociación política integrada en Geroa Bai