Menuda racha de campeones del mundo: Alejandro Valverde ha ganado el Campeonato del Mundo de Ciclismo, Ana Carrasco ha hecho lo mismo en motociclismo, otros deportistas españoles también lo han hecho recientemente. Las historias son familiares: se comienza muy joven, se pelea, hay muchos altibajos, y al final el sueño se cumple. Por supuesto, ¡enhorabuena a los campeones! Ahora bien, ¿merece la pena?

Para los que han ganado, claro que sí. Pero a cambio de uno, hay miles y miles de personas que se quedan en el camino. Los que nadie ve. Aquellos a los que les ha faltado talento, esfuerzo o suerte no llegan. El deporte es así, el mundo también.

Vamos por orden. Esas declaraciones de que “los sueños se cumplen” son falsas. La inmensa mayoría de las personas que se esfuerzan a tope en el mundo del deporte se van a quedar dentro de la mediocridad. Es una simple estadística. Además, hay que hacer varios ajustes. En el deporte, sólo gana uno. Y eso supone que los demás, empezando por el segundo (el primero de los perdedores) no lo hacen. No ocurre eso en otros mundos profesionales: si dentro de la universidad sale un conjunto de ingenieros excepcionales, todos ganan. Si en el Real Madrid o el Barcelona salen 5 porteros muy buenos, sólo puede jugar uno. Así que una evidencia para los padres: que se tomen el deporte de los hijos como una forma de desarrollarse, aprender a compartir y a competir. Eso es la vida. Claro que todos los padres dicen eso. Pero cuando se ve lo que sufren, la argumentación cae por los hechos. Sólo puede haber un momento malo para un padre que ve a su hijo hacer deporte: una lesión. Punto.

Además, el deporte se ha globalizado. Los que ganan tienen unos salarios brutales. El resto, más normalillos. Sí, un futbolista que juegue la Champions League o un jugador de baloncesto que esté en la NBA tiene la vida resuelta (bueno, no tanto: pese a los cursos de administración financiera que deben superar, el 50% no está muy sobrado después de diez años retirado? Al menos es una estadística mejor que la de la lotería: el 90% de los que tienen un premio de millones de euros suele arruinarse). Pero en el resto, no. El caso estándar es el atletismo: cuando Usain Bolt era el rey, se llevaba lo mismo, prácticamente, que todos los demás. En el ciclismo no estamos tan alejados: los ganadores de grandes vueltas están en cifras muy altas, pero un gregario, a no ser que sea de un equipo vip, debe buscarse la vida cuando se retira. Y estamos hablando de un deporte con tirón: ¿cómo serán las cifras en el balonmano o el rugby?

Por otro lado, ¿es tan bueno para la salud el deporte de élite? Cuando menos es dudoso, y no se trata sólo de dopaje (el cual está cada vez más controlado). El tema es exprimir el cuerpo hasta el límite. El caso más extremo es el de futbolistas italianos que jugaron en la década de los 60 y fallecieron de forma prematura. Al menos, las mejoras tecnológicas han logrado controlar la salud de los deportistas y en ese sentido podemos ser optimistas. No obstante, lo más recomendable es un deporte que nos permita sentirnos sanos, con energía, y todo ello equilibrado con una buena alimentación. Es incomprensible la gran cantidad de libros de dietas que se venden. Sabemos que lo mejor para estar en forma es la bollería industrial, el cordero asado, el whisky y el tabaco. En fin, uno no puede entenderlo. Paciencia.

Vivimos en un mundo complicado, cada vez más competitivo, en el cual no tenemos claro cuál es la salida más fácil ni para nosotros ni para nuestros hijos. Al menos, está demostrado que existen 24 cualidades que podemos tener los seres humanos, independientemente de la cultura de la que procedamos. ¿Por qué no conocer las nuestras? ¿Cómo demonios no nos dejamos de tonterías y enfocamos el sistema educativo a que cada persona se conozca mejor a sí misma? No hay nada más descorazonador que no hacer aquello para lo que nos sentimos preparados. Y aunque las cosas han mejorado por este lado, todavía se puede hacer mucho más. Es fundamental la especialización: es mejor ser muy bueno en una o dos cosas aunque tengamos otro tipo de debilidades. A nivel profesional, es mejor ser erizo (saber una cosa, pero muy importante) que ser zorro (saber algo de mucho).

Es la paradoja de nuestro tiempo: sabemos hacer menos cosas que un hombre primitivo (curiosamente, las evidencias antropológicas sugieren que no somos mucho más felices que ellos). Ellos eran capaces de cazar, montar su choza, preparar la ropa, curar o construir diferentes artilugios para la vida cotidiana.

Cada uno de nosotros sabe hacer pocas cosas. Procuremos, al menos, que sean importantes.

El autor es profesor de Economía de la UNED de Tudela