en la actualidad se encuentra muy extendida la opinión de que la Religión es un instrumento situado en la cúspide del sistema ideológico, dirigido a hacer asumible las estructuras de orden social. El catolicismo ha sido el eje en torno al que han terminado por estructurarse Estados como España y Francia y sus culturas peculiares. España consiguió implantar el catolicismo mediante la contundencia de la Inquisición y la Fe del Carbonero del Catecismo; Francia con la noche de San Bartolomé y la revocación del Edicto de Nantes, impulsada por la decrepitud de Luis XIV, acogido a la santurronería de Madame de Maintenon. Es verdad que el catolicismo francés manifestó una fuerte creatividad, distanciado frente a Roma mediante el Galicanismo y por los valores y actitudes recogidos en lo que se ha denominado Jansenismo, al que contribuyeron Pascal, Racine y un hermano del mismo Voltaire. Y es que el catolicismo constituye una de las señas de identidad más relevantes de la cultura francesa. Es obligado reconocer que el catolicismo francés ha presentado siempre aspecto de culto y capacidad de adaptación ante los avances de la ciencia y de la cultura. No tiene nada de extraño que entre las élites francesas, acostumbradas a los planteamientos racionalistas de Descartes, y en contacto con los avances científicos europeos, se terminara por comprender lo innecesario del pensamiento religioso y trascendente; al entender que una actitud que reconociese la realidad material, observando las condiciones auténticas de objetos y hechos mediante el análisis racional, disponía de un instrumento idóneo para entender esa realidad y hacía ridículo el sistema ideológico basado en lo trascendente espiritual con que la tradición pretendía explicar el universo. A decir verdad, este gran logro intelectual quedó circunscrito a las élites. Con demasiada frecuencia quienes formaban parte de tales élites vieron interesante que las clases bajas mantuvieran los viejos prejuicios. Sucedió con el ateo Napoleón, el liberador de la Iglesia francesa y es que muchos eran conscientes de que la referencia a un ser divino permitía sellar de la manera más segura el orden social y sistema político vigentes.

El catolicismo francés fue capaz de alumbrar planteamientos críticos que, a la larga, han permitido el desmontaje de un sistema de pensamiento y valores -los católicos tradicionales- que se reclamaban de la reacción y rechazo de la modernidad. No obstante, fue igualmente capaz de crear un sistema ideológico que pretendía la réplica de los planteamientos sociales y políticos puestos en primer plano por la renovación intelectual y social que acompañaron a los movimientos revolucionarios contemporáneos. Esta ideología ha sido denominada ultramontanismo, sistema que acogió la Iglesia católica, dirigida por el Obispo de Roma, y el conjunto del clero renuente a renunciar a la visión tradicional del imaginario católico; y -peor aún- que no quiso aceptar los valores que insistían en la libertad del individuo e igualdad fundamental del conjunto de los seres humanos. El ultramontanismo constituye una aportación intelectual firme y potente, con la que el catolicismo ha logrado sobreponerse a la descalificación de que ha sido objeto por el mundo científico y élites culturales en general. Es cierto que en la actualidad el avance del laicismo ha convertido en inútil un conjunto ideológico, utilizado con frecuencia por determinadas clases privilegiadas, gracias a la colaboración clerical, para que los sectores sociales más desfavorecidos y carentes de formación asumiesen la sujeción a los poderosos como corolario de la voluntad divina.

Aquí es donde nos toca colocar el aspecto religioso que ha imbuido nuestra sociedad -la navarra-, haciendo que parezca el summum de la reacción. J. Herreros ha puesto en evidencia (Los orígenes del pensamiento español reaccionario 1988) que el reaccionarismo español en tanto que ideología, se ha limitado a alimentarse del conservadurismo católico francés. No es de extrañar en un medio cultural -el español- que no había superado el escolasticismo anquilosado medieval. Sorprende que un movimiento que al parecer ha marcado la España contemporánea, carezca de una réplica política definida. En ningún caso es atributo del absolutismo, sino que es un hecho generalizable al conjunto del pensamiento español de la época. Aparece en personajes aislados, algunos de los cuales terminarán identificándose con el Carlismo, aunque no necesariamente; ahí están los casos de Donoso Cortés y Balmes. Nada de extraño, puesto que el supuesto liberalismo español tardará en perfilar su aspecto, cuando menos hasta la Revolución del 68. Son todas estas razones que permiten rechazar el confusionismo con el que se sigue considerando el Carlismo en el caso vasco. Encontrar en los primeros meses de 1834 un texto que muestre los planteamientos republicano-federalista en los carlistas vascos no produce mayor sorpresa que lo temprano del hecho. En febrero del 35 será la propia Diputación isabelina de Navarra quien atribuirá a Zumalacarregui esa inclinación y de forma contundente lo harán los carlistas vascos en 1838 directamente al infante Don Carlos.

Me parece superfluo seguir aportando datos, pero a los escépticos les diré que fue el mismo gobierno británico dirigido por Palmerston quien transmitió a través de su enviado al mismo pretendiente, -a la sazón refugiado en Inglaterra (1834)-, que la rebelión en el territorio vasco respondía a la reivindicación foral y no a la defensa de las pretensiones dinásticas del mismo pretendiente. Y es que los territorios navarros venían percibiendo desde hacia decenios los esfuerzos explícitos del poder español por eliminar los Fueros. Es este un hecho para el que no ha conseguido encontrar explicación convincente la Historiografía española -confusa ante un movimiento que infinidad de testigos califican de liberación nacional-. Los datos -hechos- son abrumadores; porque el autodenominado liberalismo español no enraizará, sino en tiempo tardío. El putativo borbón Alfonso XII se permitía proclamar: “?católico como mis padres, liberal como mi siglo?”. ¿Era esta la razón por la que era preferido al carlista, por -el supongo también liberal- Pío IX? No enredemos una materia que, de haber sido abordada sin prejuicios, nos llevaría a reconocer que el Carlismo vasco perseguía ante todo el Fuero, que no es otra cosa que el derecho de los navarros de todos los territorios históricos a un autogobierno no condicionado por instancia ajena. Sobre la religión y actitudes políticas, hay mucho que hablar. Aquí y en Rusia?

El autor es miembro de Nabarralde