Si existe un juego (si bien se puede catalogar, según el caso, como ciencia, deporte o arte) que se asocie a inteligencia ese es el ajedrez. ¿A qué se debe eso? A la gran cantidad de combinaciones posibles que proporciona una partida. Se estima que son 10 elevado a 120, es decir, un uno seguido de 120 ceros. Para que nos hagamos a la idea de la magnitud de la cifra, diremos que el número de átomos estimados en el Universo es de 10 elevado a 100. Son cifras que no podemos comprender. Es más, son tan enormes que proporcionaron un debate acerca de la posibilidad de que el total de partidas sea infinito. Hoy en día, sólo se catalogan como infinitas la estupidez humana y, quizás, el Universo.

En este hermoso juego de peones, alfiles, caballos, torres, damas y reyes las personas realizan múltiples cábalas acerca de sus mejores jugadas, teniendo en cuenta siempre las posibles respuestas del rival. Existen jugadores orientados a la estrategia: prefieren tener una posición sólida y esperar su momento. Otros prefieren la táctica y se manejan con más facilidad en posiciones enrevesadas y caóticas. En este caso, un error nos lleva a una derrota inmediata. Los grandes maestros deben manejar con habilidad ambos enfoques.

Antiguamente, los jugadores debían pasar un control de tiempo: primero había dos horas para realizar 40 jugadas, y después la velocidad era de 20 jugadas a la hora. Si no se cumplía este tiempo, el reloj tenía un marcador o bandera que se caía de manera que la partida estaba perdida. La otras dos formas de ganar una partida era por jaque mate o por abandono del rival, siendo ésta la más habitual. A ciertos niveles, uno comprende fácilmente cuándo ha llegado el momento en el que no tiene nada que hacer. Hoy en día el sistema ha cambiado. En la modalidad más usada cada jugador comienza con hora y media de tiempo de manera que cada jugada adicional le proporciona 30 segundos adicionales. Es la vida: debemos saber controlar nuestro tiempo.

La partida tiene tres fases: apertura, medio juego y final. En la primera, es importante conocer un mínimo de teoría debido a que un pequeño desliz nos lleva a posiciones inferiores. Se puede ganar una partida trabajando en el laboratorio casero: si conocemos una apertura del rival en la que divisamos alguna debilidad, podemos preparar una línea que nos dé la victoria. Así, la psicología cuenta. Existen partidas en las que un jugador piensa que el otro le está llevando a su terreno y medita: ¿se habrá preparado algo? ¿Cambio mi variante favorita de la defensa siciliana?

El medio juego requiere una comprensión muy profunda del juego, mientras que el final requiere saber teoría. Kasparov, por ejemplo, conocía, en sus buenos tiempos, al menos 300 finales en los que, según el caso, aprovechaba una ventaja ridícula para ganar o bien sabía, a partir de una pequeña desventaja, igualar la partida y obtener un empate (tablas).

Muchas de las jugadas tienen un coste: amenazar la dama del rival supone, quizás, debilitar el flanco del rey. La enseñanza sirve para la vida: ¿compensa la ganancia posible la pérdida que asumimos? No sólo eso: ¿qué pretende mi rival? ¿Ha planteado alguna celada? ¿Se habrá preparado algo?

Existen tres enfrentamientos históricos que destacan sobre los demás. El Boris Spasky contra Bobby Fisher (año 1972). En plena guerra fría, comunismo contra capitalismo; un ciudadano soviético contra un norteamericano, con victoria del segundo. Posteriormente, ya sabemos lo que pasó: el muro de Berlín cayó y pensadores como Fukiyama pronosticaron el fin de la historia. Entre los años 1985 y 1995 se enfrentaron Anatoly Karpov y Gary Kasparov. El régimen comunista soviético contra el hijo del cambio. Después de diversos duelos memorables (está considerada la mayor rivalidad de la historia del deporte debido a la gran cantidad de horas en las que se han enfrentado uno a otro) la victoria fue para Kasparov. Por cierto, también sabemos lo que pasó: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) colapsó (para Vladimir Putin es el mayor desastre geopolítico del siglo XX) y Rusia lucha por recuperar su antigua influencia.

En los años 1996 y 1997 Gary Kasparov, ya claro dominador mundial, se enfrentó al ordenador Deep Blue (azul profundo). Humano contra máquina. Si en el primer caso el ganador fue el humano (4-2), en el segundo (3,5 a 2,5) ganó el ordenador. A partir de ahí, el desarrollo tecnológico ha sido imparable. Se están desarrollando ordenadores cuánticos, se analiza con profundidad las posibilidades de la inteligencia artificial, se investigan nuevas tecnologías. ¿A dónde llegaremos? Territorio desconocido.

¿Se pueden considerar las campañas electorales como partidas de ajedrez?

Cuando vemos los debates que nos ofrecen, llenos de temas vacuos y descalificaciones continuas, observamos con tristeza que se convierten en simples lanzamientos de dardos.

Prefiero una buena partida de ajedrez.

Economía de la Conducta. UNED de Tudela.