Pocas veces el aterrizaje de un avión levanta semejante expectación. In situ, o a través de las redes sociales, donde se rebotaron las imágenes hasta la saciedad, la llegada en estos días al aeródromo de Hondarribia de un enorme carguero de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos causó una gran impresión. El avión militar, un Boeing C-17 Globremaster de 53 metros de longitud, traía además en sus tripas una mercancía singular: un Marine One, uno de los helicópteros que suele llevar a bordo al presidente estadounidense, Donald Trump, todo ello para la cumbre del G7 en Biarritz del pasado fin de semana. Sin duda alguna, el poderío militar estadounidense es impresionante y su hegemonía nadie la discute; no hay más que ver su intervención en la pasada guerra del Golfo; su capacidad para transportar hombres y pertrechos a cualquier parte del globo en un tiempo récord. Otra cosa es su supremacía económica, que desde hace algunos años viene respondida y cuestionada por la República Popular China. Ubicada en el este de Asia, con una superficie de 9.562.910 km2 y una población que sobrepasa de largo los más de mil millones de personas, es el país más poblado del mundo con una densidad de 146 habitantes por kilómetro cuadrado y la segunda economía del mundo por volumen de PIB. El crecimiento económico de China fue observado con gran asombro del mundo entero durante al menos tres décadas; incluso durante la última crisis económica mundial del 2008, la economía china creció un 9,21%, ligeramente por debajo del crecimiento medio anual del 10,25% en los últimos 10 años; con una creciente clase media, más de 320 millones de personas y un pujante mercado de consumo. Hoy en día este país es ya el campeón mundial de exportación, y con los actuales indicadores económicos, en el futuro la República Popular de China superará a los Estados Unidos de América en el año 2030.

Comentaba Javier Solana, el que fuera alto representante de la Política Exterior de la Unión Europea, durante la gestión de la última crisis económica, la de 2008, en una conferencia impartida en esta ciudad de Pamplona/Iruña el año pasado, que fueron los chinos los que aportaron el dinero suficiente para apuntalar a las instituciones financieras a cambio de una mayor representación institucional en los organismos internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Internacional de Comercio, etcétera. Por tanto, ya en aquel entonces aparece China, una potencia comunista, como salvavidas del sistema capitalista, pura ironía como señalaba en la misma charla el referido político.

Por tanto, la ausencia del citado foro de Biarritz de la República Popular China, así como Rusia, expulsada en el año 2014 por la anexión de Crimea, no ha hecho sino devaluar tal foro y minusvalorar su importancia a nivel mundial. De hecho, la actual composición de países del grupo G-7 no se ajusta a la realidad económica actual; hay demasiados países europeos, cuatro de siete; ya que desde hace algunos años la pujanza económica se ha trasladado al eje del Pacífico en Asia con China a la cabeza, India y otros países asiáticos; así, cinco países de este continente como la India, Filipinas, Vietnam, Singapur y Bangladesh, entre otros, crecerán por encima del 7% anual de aquí al año 2030. Ahora mismo, en la actualidad, la Unión Europea comercia mas con el conjunto de Asia que con los Estados Unidos.

Y por otro lado, los países europeos presentes parecen representar el antiguo poder económico, el viejo star system; con economías casi estancadas y graves problemas internos; la gestión del brexit en Gran Bretaña, el auge de la ultraderecha y la inmigración en Alemania, la inestabilidad política crónica en Italia o la fractura social de Francia.

En los últimos meses el presidente Trump se ha enzarzado en una guerra de aranceles con casi todo el mundo, pero sobre todo con su rival económico, China, en un intento de bloquear sus exportaciones y proteger la economía nacional al grito de “American First”, ignorando cómo funcionan las cadenas de valor de una economía altamente integrada como la actual; así tenemos que una buena parte de lo que se produce en Europa o en China son componentes importantes para la industria estadounidense; por ejemplo, piezas y componentes de los automóviles o los móviles que se ensamblan en Estados Unidos se producen fuera de allí. Por todo ello la Administración Trump no ha tenido más remedio que posponer la imposición de estos aranceles para no perjudicar a los empresarios estadounidenses. Es lo que ha pasado con la empresa china de telefonía Huawei, que quería vetar que comerciara con empresas norteamericanas pero ha tenido que posponer dicha prohibición hasta el 19 de noviembre de 2019 debido a que estaba perjudicando seriamente a Google, que suministra el software a esos móviles chinos.

Con frecuencia en el pasado China ha sido acusada por los países occidentales de prácticas financieras poco leales, espionaje industrial, devaluaciones arbitrarias de su moneda, el yuan, etcétera, pero a día de hoy tanto China como Estados Unidos se necesitan mutuamente y es primordial para todo el mundo una normalización de las relaciones económicas chino-estadounidenses. Por ejemplo, el Banco Popular de China tiene una reservas de 3,9 billones de dólares de los cuales 1,1 billones corresponden a bonos estadounidenses. Si vende parte de ellos a precio de saldo, arruinaría a los Estados Unidos, eso sí, con graves consecuencias económicas también para ellos mismos. Ya avisó en el año 2009 la exsecretaria de Estado, señora Hilary Clinton, cuando dijo aquello de que es muy difícil negociar con mano dura con tu banquero.

Por tanto, haciendo un balance de la pasada cumbre de Biarritz del G-7, hay que decir que los resultados han sido bastante magros, y que más allá de las promesas vagas del presidente Trump de entablar en un futuro próximo negociaciones con los chinos e iraníes para encauzar las tensiones bilaterales y la promesa de una ayuda de 20 millones de dólares para apagar los incendios de la Amazonia (olvidándose de otros incendios veraniegos tan importantes o más como los de la cuenca del río Congo en África o los de la taiga rusa en Siberia), no ha trascendido mucho más. Parece que el triunfador no ha sido otro que el presidente Enmanuel Macron, una perfecta operación publicitaria y de consumo interno, necesaria después del desgaste sufrido por las interminables protestas de los llamados chalecos amarillos; se ha enfundado el maillot golista de estadista, queriendo devolver por un momento a Francia su grandeur.

Como dicen en mi pueblo, para semejante viaje no hacían falta tantas alforjas.