en un artículo anterior se hablaba de la dificultad de establecer una relación causa efecto entre consumo de pornografía y agresiones sexuales. Hoy seguiremos aclarando esta cuestión y plantear urgencias.

1.- El primer punto a considerar es la conveniencia de delimitar el propio concepto de pornografía, a tenor de que el abanico de contenidos que se agrupan aquí es amplio: ¿qué entendemos cuando hablamos de pornografía? He de reconocer que no es nada fácil y, de hecho, todavía tengo no pocas dudas. Aun así, consideraría al menos 5 modalidades diferentes de porno. Desde una película comercial erótica, hasta la violación agresiva en grupo de una mujer por varios hombres, considerando ambos extremos dentro de un continuo, hay un ilimitado abanico de temáticas, todas las que nos podamos imaginar, cada una con sus peculiaridades. Consiguientemente no parece adecuado meter todo en el mismo saco. Es indudable que hay películas eróticas y del llamado porno suave o light que tienen un efecto positivo en algunos espectadores/as. Son imágenes que podrían calificarse de hermosas, incluso estéticas, donde se observa el respeto y la participación activa, así como la entrega de los protagonistas, mientras que no se percibe, en ningún momento, imágenes de cualesquiera tipos de agresividad entre ambos. Se excitan, se quieren y desean, disfrutan y obtienen placer. Y el espectador(es) hace lo propio. También hay películas duras, extremas, desagradables, agresivas, que repugnan, ofenden y son insoportables, porque reflejan comportamientos patológicos, inaceptables. Conocemos que este tipo de vídeos horribles, también excita a algunas personas y esa circunstancia, por sí misma, ya debería ser motivo de consulta psicológica profesional ya que, para nosotros, es una señal de alarma.

2.- No estamos muy al corriente de que modalidad de porno se visualiza y durante cuánto tiempo. Únicamente tenemos datos interesados de páginas web de porno que hablan de un consumo muy importante. De hecho, en alguna de esas clasificaciones, España está en 13º lugar a nivel mundial. Mi sospecha es que se consume más porno de lo que se supone y que, siguiendo la afirmación inicial de la causa-efecto del porno en las agresiones sexuales a mujeres, debería haber más delitos ¿o no?

3.- No sabemos muy bien, y en rigor, quiénes consumen porno y en qué cuantía. Algunos estudios ya hablan de los 8 años como edad inicial de acceso. Da cosa imaginar la experiencia vital que puede experimentar una criatura de esa edad al visionar una película sexual violenta. Sospechamos que en la juventud, por razones obvias, hay un mayor consumo y que son los varones quienes más consumen. Pero, con seguridad, los adultos también lo hacen. Y las mujeres. ¿Cuántas? Lo que sí parece indudable es que el porno excita y que contribuye a crear fantasías sexuales que, a su vez, sirven de excitación momentánea y futura. Siguiendo con esa página web de porno citada, una de las modalidades más vistas es la de jóvenes con mujeres mayores (MILF) y sabemos que una de las fantasías de muchos chicos jóvenes es de este tipo por lo que la relación parece obvia. Las primeras experiencias sexuales y las fantasías incipientes y, por ende, las primeras visualizaciones excitantes y atractivas, parecen tener una relevancia notoria en la sexualidad posterior. No hay duda de que el porno ofrece informaciones sexuales y contribuye a crear modelos de actitudes y conductas sexuales según el consumo que se realice. De ahí sus riesgos. Y ahora algunas sugerencias. El debate prohibición-regulación del porno, ni siquiera ha comenzado en nuestro país. Creo que hace buena falta que tal cosa ocurra porque saldríamos todos beneficiados. La necesidad de investigar y conocer estas cuestiones debería ser un asunto prioritario para las autoridades sanitarias y educativas en orden a implementar programas sistemáticos de educación sexual profesional por docentes cualificados, como hemos reiterado en otros momentos en estas mismas páginas. Y ésta es una reivindicación pendiente. No hay ninguna razón para que siga sin estar resuelta, por lo que no se puede permitir durante más tiempo que la pornografía sea una de las principales fuentes de información-educación sexual de nuestra juventud. Y esto sí lo sabemos con rigor. En casa es prioritario que hablemos con nuestros hijos e hijas, armándonos de valor, dialoguemos de estas cuestiones. Con tranquilidad, con cariño y con empatía. Los padres deben saber que consumir en exclusiva conocimientos, imágenes y modelos de conducta sexual del porno no es inocuo. Es muy probable que puede producir una visión sesgada de la sexualidad y de las relaciones sexuales entre las personas. Una visión deformada, no realista, que propone unos tipos de relaciones sexuales que pueden distorsionar sensiblemente la construcción de una perspectiva igualitaria, saludable y positiva. Y aunque el porno es fantasía, como la peli de Superman, aquel excita y produce placer y la de Superman, que yo sepa, no. Probablemente podríamos llegar a un acuerdo en que un cierto tipo de vídeos agresivos y violentos debería estar regulado, como ocurre con la pornografía infantil. Y, aunque su uso no sea delito, ¿por qué este consumo no es ilícito? ¿Peaje por la libertad de expresión? Sí lo debería ser compartir y producir ese tipo de materiales. Finalmente habría que incorporar a las redes de Salud Mental, profesionales de la Psicología especialistas en Sexología, que se ocuparan de aquellas personas, en su mayoría hombres, que presentan trastorno de adicción al porno o pueden estar en riego de ello y de desarrollar conductas parafílicas porque, aunque no tenga datos fiables, me permito augurar mayor demanda en próximos años.

El autor es Dr en Psicología, especialista en Sexología, autor del libro ‘Sexo, poder, religión y política’ en Navarra, publicado por Amazon