ala ciudad romana le corresponde regirse desde el simbolismo junguiano, traído de la mano Gilbert Durand en los encuentros de Eranos, por cinco órdenes de cosas: el marcial, el patrimonial (denominado también como quirinal basado en la territorialidad), el mercantil, el sacerdotal y, finalmente, el imperial. No es que nuestra Iruinea sea el equivalente local de la Roma universal, aunque a los romanos les debamos algo más que el propio nombre de Pamplona; ni que tengamos una colina capitolina y otra quirinal donde resida nuestra máxima autoridad, sino que es la misma ciudad la que mantuvo desde aquellos lejanos tiempos un régimen similar al erigido en torno al dios, cuyo origen se cree fuera sabino, protector en el plano alimentario y delimitador de la territorialidad. Quirino era un dios, al decir de Pierre Grimal, tras de Júpiter y Marte, belicoso, pero paradójicamente respecto del anterior su característica principal es la de ser -bebiendo de la fuente de Servio- un Marte tranquilo, un Marte de la paz, garante, en definitiva, de los más bien precarios equilibrios que garantizan la prosperidad de la ciudad. Por ello mismo, Durand trae a colación la observación recogida por Dumézil de cómo el templo que recibe culto dentro de la ciudad es aquel dedicado a Quirino, mientras que el del combativo Marte se encontraba en las afueras de la misma. Por añadidura, Pierre Grimal, asimismo recoge la observación de Dumézil de que “los Quirites, cuyo nombre, evidentemente guarda relación con el dios, son esencialmente los ciudadanos civiles”, llamándonos poderosamente la atención sobre la asimilación de uno de los gemelos fundadores de la ciudad eterna, Rómulo, al mismo Quirino. Pues del otro, Remo, ya se sabe que como el Abel veterotestamentario desapareció tempranamente sin ver consumada la obra del hombre, en este caso la ciudad de Roma.

La tríada sagrada (Júpiter, Marte, Quirino) presente en la misma, que también pudiera encontrarse de alguna manera, aunque tan sólo sea nominalmente, en el gentilicio de la nuestra, iruindarra, algo así como trinitario, si no fuera por el hecho de que: “El vasco iri ciudad, emparentado con el ibérico il-, está presente en Irún, Iruña, y quizás también en su correspondiente romance Pamplona, si realmente se encuentra la variante ili en Pompaelo, la forma latina a la que se remonta”, al decir del filólogo salmantino Jairo Javier García Sánchez en su trabajo sobre toponimia española. La casualidad hizo que transcurrido un tiempo desde su fundación nuestra Iruinea contase con tres mal llamados burgos, Navarrería, burgo de San Cérnin y población de San Nicolás (cfr. Jimeno Jurío), que en sí mismos eran cada cual una iruña/ciudad a espaldas de la otra. Estas tres ciudades son como la cartografía del mapa electoral previa y posteriormente elaborada a la quirinal contienda en la que se va a ver sometida por una especie de juicio de Páris en torno a las opciones presentadas a la ciudadanía sobre el futuro del Monumento a los Caídos. (Se me antoja que la solución hubiera podido pasar por la erección de un enorme obelisco con forma de lápiz de Oldenburg con el que pudiera reescribirse la historia, borrón y cuenta nueva, en la intersección de la plaza del Castillo con el paseo Sarasate marcando las tres en punto entre dicho monumento y la sede del parlamento actual; con la matrona como inicio de una de las manecillas y El Coreano al final de la otra. Ironía y, o, sarcasmo).

Comprobamos, no sin cierta dificultad, cómo el Quirino de la concepción antropológica del par Dumézil-Durand bien hubiera podido devenir en el quinario que según recuerda Juan Eduardo Cirlot vino a ser “el grupo de cinco elementos (cuyo simbolismo) en Próximo Oriente y en Occidente (...) se ha utilizado sólo para la expresión de la figura humana íntegra y de lo erótico”. (En la tradición griega, comenta el Diccionario de Psicoanálisis de Pierre Fedida, Eros, es un dios que comparte violencia y destino, viniendo a representar en Freud una pulsión de vida). Su representación geométrica ha sido la del pentágono, la de la estrella de cinco puntas, y la de un cuadrado enmarcando un punto central. Si bien, nuestro pentágono ya cuenta con su mutilada ciudadela complementada por un contemporáneo Baluarte, tal vez la traza del monumento caído en gracia o desgracia, según, hubiera podido asumir la del cuadrado arropando su copular centralidad axial con la interioridad cardinal (esencial, vital, básica, absoluta y trascendental, a la vez que primordial, en toda la extensión de su sinonimia). La antónima devaluación viene dada, no obstante, por las concursales alternativas dadas buscando la accidentalidad, el acceso, lo secundario y su relativización.

La relación de Eros con la ciudad, por otro lado, viene a ser secular, formando parte de esa triada tan particularmente explosiva así como endiabladamente eficaz compuesta por dinero, sexo y poder. Constituyen, al decir de José Olives Puig, en su ensayo La ciudad cautiva, “obstáculos a la libertad necesaria para realizar un buen gobierno”. Los Tres Daimones, según el mencionado autor, someten a personas y cosas a través de las funciones política, económica y servil. Y el procedimiento por el que consigue tan brillantes civilizados logros no es otro que el anteriormente tratado de la cosificación. En la cúspide del diagrama triangular por el que se rige se da una función por él denominada del conocimiento cuya jerarquizada base integra las anteriormente mencionadas, y en la que paradójicamente tanto la economía como el sexo son contempladas en los estratos correspondientes del poder sobre las Cosas I y Cosas II, mientras que tras del mismo la política se homologa al poder sobre las personas. Intuyo, por tanto, que el conocimiento incluye tanto a personas como a cosas. Y es por lo mismo que no me cansaré de repetir, aun a costa de resultar un tanto pesado, que el debate sobre el futuro del Monumento a los Caídos es algo más que una cuestión del mero flujo urbanístico entre el cardo máximo, cuyo arranque en la plaza del Castillo culmina en la plaza de la Libertad y ese decumanus que viene a constituir la actual avenida de la Baja Navarra. Y en este último sentido cabe así también recordar cómo el filósofo Hans Blumenberg, analizando el mito platónico de la Caverna, llegara a afirmar cómo han sido dos los fenómenos culturales que expresan “la necesidad biológica y psíquica de regresión: la tumba y la ciudad. La ciudad es la repetición de la caverna con otros medios”, nos dirá, y desde luego no toda ciudad cuenta en su interior con una tan monumental dedicada a Tánatos: un antro, en su primera acepción, de muerte.

El autor es escritor