como ya dijimos en otro artículos, las prospecciones efectuadas por la Sociedad de Ciencias Aranzadi bajo los auspicios de la Dirección General de Paz y Convivencia a finales de septiembre y principios de octubre de 2019, quince meses después de la entrega del informe por parte de los firmantes de este artículo a dicha Dirección General, corroboraron nuestras sospechas al desvelar que en el paraje de Iruzkun en Ollacarizqueta existe un complejo de fosas de asesinados en diferentes tandas a lo largo de diferentes momentos del tiempo por pelotones de ejecución de los que, por diferentes indicios ya mencionados, cabe predicar su adscripción requeté. No obstante, como ya comentamos, tenemos que advertir que la fosa “de cien metros de larga” que cavó el testigo Félix Echalecu, y que constituyó el punto de partida del informe que elaboramos hace año y medio, no ha aparecido en la prospección realizada. Por diversas razones (tamaño y forma de las fosas, ángulo de visión, época de la siega a la que se refiere el testimonio), hay motivos para pensar que esa fosa era otra todavía no encontrada.

Hay que señalar que, tras el resultado que proporcionaron las primeras prospecciones y subsiguientes exhumaciones, diversos vecinos del valle han comunicado diversas informaciones que contribuyeron a ampliar el perímetro de búsqueda, pero estas no han dado resultado positivo. Estamos a la espera de que pudieran recibirse más testimonios que puedan proporcionar concreciones acerca de esa larga fosa de cien metros, así como de otras cercanas que pudieran existir. Nuestras suposiciones de que el paraje, por su idoneidad para ocultar algo infamante, todavía podría custodiar más restos de los hallados, no son descabelladas, aunque obviamente necesitarían ser corroboradas.

Quisiéramos interpelar a María Amor Beguiristáin, la autora del artículo que recogió el testimonio de Félix Echalecu, quien cavó aquella larga fosa de cien metros, y que suscitó nuestro interés para la elaboración del informe, por si dispusiera de mayores concreciones acerca de la misma. En el mismo artículo se puede ver que ella y su marido, Francisco Javier Zubiaur Carreño, pasearon con el citado Echalecu por zonas del valle. De hecho, precisamente, Francisco Javier Zubiaur consta en una foto de la página 188 del artículo mencionado de aquella, llevando del brazo al entrevistado por el entorno de la ermita de Santa Lucía del pueblo de Unzu en la misma Juslapeña, a poca distancia en línea recta de las bordas de Iruzkun. Estamos seguros que su maestro en materia arqueológica y etnográfica, José Miguel de Barandiarán, no habría perdido ocasión de recabar más precisiones del informante sobre un tema así. Recordemos que Barandiarán desde su exilio en Iparralde para escapar de la pena de muerte con la que fueron castigados muchos otros sacerdotes nacionalistas como él, introdujo en su labor de etnógrafo la investigación en etnografía de la violencia, tal y como demuestran los informes que recopiló sobre la violencia franquista en 1936-1939, publicados en 2006 por el Instituto Bidasoa con el título La guerra civil en Euzkadi. 136 testimonios inéditos. En ellos se desvelaban aspectos cruciales de la limpieza política en Navarra con el amplísimo informe de Justo de Mocoroa a partir del cual se acredita la tétrica existencia de la cárcel existente en el cuartel requeté de Escolapios. Sea como sea, no somos conocedores de que la administración o asociaciones memorialistas hayan recibido indicación alguna por su parte.

Por otra parte, hemos de reseñar que nos parecen preocupantes algunas deficiencias que hemos advertido en la gestión informativa del descubrimiento de este complejo de fosas. Independientemente de que los autores del informe previo solamente hayamos sido mencionados en este medio el domingo siguiente al descubrimiento, limitándose así las posibilidad de aclarar extremos importantes, en las noticias de prensa publicadas cuando se hizo público el 30 de septiembre la existencia de los 16 primeros restos, aumentada a los pocos días a 20, se traslució que el descubrimiento ha sido posible gracias al testimonio de Félix Echalecu publicado hace más de una decena de años, que nadie había recogido hasta entonces. No obstante, en rigor, como decimos, la fosa a la que se refería Echalecu no ha sido todavía descubierta. También se ha ponderado la actuación del dueño de la borda cuando este nunca había comunicado nada. Por otra parte, las informaciones se han centrado estrictamente en los restos exhumados de los asesinados y no en los elementos contextuales relativos al entorno, a a los victimarios y a la desmemoria y a la omertá que han regido durante ocho décadas tanto en Pamplona, ciudad de la que habría salido una parte importante de los asesinados, como en el valle que ha actuado como depósito de este osario. Una memoria empequeñecida y reducida, por lo tanto, acorde con una memoria administrativa de corto radio que busca no incomodar ni confrontar con la memoria preponderante generada a lo largo del franquismo por la derecha navarra.

La entidad del complejo de fosas comunes de Iruzkun y las características del entorno que las rodea, así como la trascendencia en su caso del silencio y de la desmemoria, exportada desde Pamplona, hacia los pueblos de la cuenca que se convirtieron en el patio trasero de la limpieza política que se cobró la vida de numerosos vecinos de la capital y de vecinos de otros pueblos navarros encarcelados en los centros de detención, hacen que este paraje deba ser catalogado como lugar de memoria y que en los paneles explicativos pertinentes deban recogerse los extremos apuntados, tanto en este como en el párrafo anterior, en pro de una memoria histórica integral.