altas y frías montañas. La llana y cálida selva. Grandes ciudades coloniales y pequeños poblados indígenas. Que Ecuador es un país de contrastes es de sobra conocido. El haber estado siempre en medio le ha dotado de esa dualidad única, ese mestizaje de culturas, climas y fauna por la que se ha ganado el honor de ser uno de los países más megadiversos del planeta.

Pero a día de hoy, si Ecuador está en boca de todos es por su actualidad política. La supresión de subsidios a los combustibles por parte del gobierno de Lenín Moreno derivó en paralizaciones y protestas a lo largo de todo el país. Disturbios que se han cobrado la vida de al menos siete personas y en las que ha habido más de 500 heridos, desapariciones, agresiones e incluso intervenciones de medios de comunicación.

Recientemente tuve la oportunidad de visitar el país de la mano de la ONG Mundukide y la Fundación Alejandro Labaka. Durante tres semanas formé parte de un grupo de jóvenes que recorrió Ecuador con un objetivo claro: conocer de cerca cómo vive la gente de allí, sus costumbres e inquietudes; sus formas de sustento, su visión de la vida y un acercamiento a la economía solidaria y alternativa.

Regresé a casa apenas unos días antes de que estallase el conflicto. Regresé, pero todavía estoy allí. Me dijeron que quien se baña en el río Napo se queda en el Napo para siempre. Y en cierta manera tenían razón.

A pesar de recorrer kilómetros y kilómetros cambiando paisajes urbanos por otros más salvajes y selváticos hubo algo que nos acompañó durante gran parte del trayecto: el olor a gasolina y la eterna presencia de camiones cisterna.

Que Ecuador es un país petrolero es algo que ya sabía. Pero si por algo quedó marcado nuestro viaje fue por el descubrimiento de una dicotomía mucho menos conocida. La coexistencia de dos realidades diametralmente opuestas: la del oro negro y la del oro verde. La de las industrias petroleras y la de la vida en las comunidades que se esfuerzan por crear negocios sociales y ecosostenibles.

Estoy seguro de que cuando se conoció la noticia de la existencia de petróleo en las tierras ecuatorianas, como tantas otras veces, decenas de economistas, políticos y grandes (pseudo)entendidos sobre el tema auguraron un desarrollo financiero inminente y prometieron un futuro mejor, con más riqueza y menos precariedad para todo el pueblo. Sin embargo, al igual que ocurre en otros lugares, una contribución a la economía nacional no siempre mejora la calidad de vida de la población de forma equitativa. Mientras los ricos se hacen más ricos; los pobres son cada vez más pobres. Y aquí, además la naturaleza sangra y sufre. Eso fue precisamente lo que vimos en la zona amazónica.

Frondosa selva tropical entreverada con grandes estructuras metálicas. Oleoductos kilométricos que se mezclaban entre la maleza verde. Mecheros y torres que escupían fuego rodeados de árboles. Y en los pueblos de alrededor: pobreza, contaminación y enfermedades. Efectos que están destruyendo formas de vida ancestrales como la de los Huaoranies, con la que tuvimos oportunidad de convivir. Vimos cómo se extingue la única riqueza que conocen: los ríos en los que pescan, los animales que cazan y la selva en la que viven.

Ahí radica el poder del discurso político. Ese discurso grandilocuente que hace promesas. Promesas de mejoras y desarrollo que la mayoría de veces se quedan por el camino o benefician solo a unos pocos. Promesas que acaban siendo ilusiones infundadas con tal de conseguir poder. Por suerte hay personas que no se lo creen. Hay gente que hace oídos sordos al mensaje y encuentra la riqueza donde otros supuestamente más sabios no son capaces de verla. Riqueza humana y natural. En Ecuador conviví y compartí tiempo con gente como esa. Gente que ha sabido ver más allá, encontrando un modo de vida alternativo al establecido por las petroleras. Haciendo todo lo posible por mejorar la situación.

Esta carta es para ellos. Para mis compañeros de viaje. Amigos y amigas que aún siguen allí.

Para la bienintencionada gente de Sacha Ñampi que sabe y entiende que el tesoro más preciado de su país es la naturaleza. Para los habitantes de Bameno, que lejos del individualismo y competitividad tan característicos de la sociedad moderna reivindican el valor de la comunidad y el bien común. Para la emprendedora familia de Aromas de Yasuni, y la organizada Asociación Wiñak que han encontrado en la selva productos sostenibles y ecológicos como lo son el cacao, el café o la wayusa. Para CocaZoo y la comunidad de La Belleza que hacen todo lo posible para mantener la biodiversidad y preservar el Medio Ambiente. Para la Fundación Mundukide y Alejandro Labaka que ponen todos los medios necesarios para mejorar la calidad de vida de la gente más necesitada.

Esta carta es para vosotras y vosotros. Y para el resto de Ecuador que estuvo en la calle luchando por sus derechos injustamente arrebatados. En la calle una vez más porque no se creen el dichoso discurso de “todo va a mejorar”. En la calle y en las veredas, de las ciudades y de las aldeas, en busca de un país y un mundo más justo, digno y honesto.